Mi nombre es Marvin Dück. Estoy casado desde hace 24 años
con Mercedes, una boliviana. Tenemos dos hijos: Camilo de 21 años de edad, y
Eliane con 19 años.
Nací y crecí en la aldea Hohenau, al sur de Filadelfia.
Cuando tuve 11 años de edad, falleció mi papá, y con mi mamá nos mudamos aquí a
Filadelfia. Después de concluir el colegio, hice mi licenciatura en teología,
en parte en CEMTA y completándola en el seminario bautista de Buenos Aires. En
ese tiempo nos casamos. Volvimos del estudio para asumir el pastorado en la IEB
Laurelty.
Después de unos años nos fuimos a Bolivia para una
segunda licenciatura, esta vez en comunicación social. 7 años más tarde
aceptamos una invitación aquí de TV Chaqueña de ser el primer director de este
canal. Pero yo tenía un problema. En el tiempo de aquel primer cargo en la
iglesia de Laurelty se dieron varias situaciones bastante problemáticas.
Tratamos de diferentes maneras de solucionarlas, buscando también la
orientación e intervención de pastores experimentados, pero el resultado no fue
muy alentador en algunos casos. Esto nos llevó después de 4 años en el
pastorado a cambiar de ambiente y empezar otro trabajo cerca de Encarnación. Yo
salí de esta iglesia con un sentimiento de haber fracasado, y con dos
convicciones interrelacionadas: a) ¡Nunca más pastorado! b) No sirvo para
liderazgo. Y episodios posteriores me confirmaron esto una y otra vez. ¿Y el
resultado? No serví para liderazgo. La mente no sabe de mentiras. Lo que uno le
dice, eso ella acepta como verdad y la cree. Así que, después de 4 meses de
intentar ocupar un cargo directivo en TV Chaqueña, dejé ese sillón a otros —porque
no servía para liderazgo— y me dediqué a otros trabajos dentro de la misma
empresa – desde barrendero hasta jefe de prensa. Un día durante mi tiempo de
conversar con Dios, él me hizo ver una primera verdad: que todos estos años yo
había creído una mentira de Satanás que me había encadenado de tal modo que se
hizo verdad lo que decía esa mentira. Esa conversación con Dios no duró más que
unos pocos segundos, pero el efecto se extiende hasta hoy todavía. Si no
hubiera habido ese momento en mi vida, no hubiera aceptado lo que dije que
nunca más haría: ser pastor en nombre de la entonces sólo H.E.M. en el barrio
de Costa Azul, Limpio. Y allá Dios me mostró una segunda cosa: que no interesa
para qué soy bueno, ya que de todos modos la obra es de Dios, y él la hará con
o sin mí. Sólo le tengo que ofrecer lo que tengo a mano, para que él haga lo
que está en sus planes. Y cuando miro lo que sucede en la iglesia de Costa Azul,
me parezco como sentado en un sillón, mirando simplemente lo que está pasando –
lo que Dios está haciendo. A veces me pregunto: “¿Y qué estoy haciendo yo en
todo esto? ¿Cuál es mi parte?” Y me parece que no hago nada, sino que todo lo
hace Dios – ¡y así tiene que ser! Cuando Dios llamó a Moisés para que liberara
a su pueblo de Egipto, Moisés presentó muchas excusas, hasta que Dios le
preguntó: “¿Qué es lo que tienes en la
mano” (Éx 4.2 – RVC)? Y era un bastón, y con ese bastón Dios hizo los
grandes milagros en la historia del éxodo.
Jesús mandó a los discípulos a investigar qué había para
comer. Dijeron: “Aquí hay un niño que
tiene cinco panes de cebada y dos pescados…” (Jn 6.9 – DHH). Y Jesús
alimentó a miles de personas con ese poco que se le ofreció. Nosotros solemos
fijarnos en todo lo que no tenemos, mientras que Dios mira
lo que él puede hacer con lo que sí tenemos, si es que se lo entregamos a él.
¿Qué es lo que tienes en la mano? Eso es lo que Dios
quiere usar para bendecir a otros y a ti mismo. Allá en la iglesia a veces
vemos hermanos en continua necesidad económica, lamentando todos los recursos y
oportunidades que no tienen. Entonces les preguntamos: “¿Qué es lo que tienen en
la mano? ¿Qué recursos tienen ustedes que sí podrían poner
en movimiento para mejorar su economía?” Dios quiere usar eso para proveer para
ellos. Tratamos de darles nosotros un ejemplo. Siempre solíamos hacer pan para
nuestro propio consumo. Ese conocimiento teníamos a mano. Lo utilizamos ahora
para bendecir a otros con pan saludable y nutritivo y para mostrar a los
hermanos cómo se puede usar lo que tenemos para suplir nuestras propias
necesidades. Siempre estuvimos preocupados por una correcta alimentación. Así
que, tratamos de ayudar también a otros con nutrientes naturales para una salud
equilibrada, y de ser un ejemplo de cómo mejorar nuestra propia salud, tanto
física como económica.
¿Qué es lo que tienes en la mano? Esta misma pregunta
también nos hace Dios cuando se trata de trabajar en su obra. Muchas veces,
como ya dije, miramos lo que no tenemos, y nos parece que lo
único que tenemos es nada. Pero eso no coincide con lo que dice la Biblia.
F1 P 4.10-11
Aquí Pedro habla claramente de “el don que haya recibido” cada uno. Comparando esto con las
enseñanzas de Pablo sobre este tema, podemos afirmar que cada hijo de Dios
tiene sí o sí algún don. De que lo haya descubierto, o que ese don esté ya desarrollado
es otro tema, pero de tener lo tienes, si eres cristiano. Con “don espiritual”
nos referimos a una capacidad especial dada por Dios por pura gracia a cada
miembro de su cuerpo con el fin de que a través de esa capacidad sea edificada
la iglesia. Por eso dice Pedro que “cada
uno ponga al servicio de los demás
el don que haya recibido”. El don no es para mi propio beneficio, sino para
bendecir a otros. El don no es una copa de helado para disfrutarlo, sino un
machete o cualquier herramienta para usarlo para el bien de otros. Y si lo uso
para bendecir a otros, yo también lo disfrutaré. Por ejemplo, si tengo el don
de dar, no puedo ejercerlo para mi propio deleite, dándome a mí mismo. Tengo
que bendecir a otros con lo que quiero dar, y así me sentiré muy feliz y
realizado – aunque algunos parece que encontraron la forma de violar este
principio: en vez de dar su diezmo a la iglesia, se lo dan a su billetera…
Entonces, los dones nos fueron dados para servir a otros.
En el mundo, este término “servicio” no tiene mucha fama. Eso es precisamente
lo que Jesús les dijo a los discípulos: “Como
ustedes saben, los gobernantes de las naciones las dominan, y los poderosos les
imponen su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Más bien, aquel de
ustedes que quiera hacerse grande será su servidor [¿Cuántos quieren ser
grandes?]; y aquel de ustedes que quiera
ser el primero, será su esclavo [¿Cuántos quieren ser los primeros?]. Imiten al Hijo del Hombre, que no vino
para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos”
(Mt 20.25-28 – RVC). En otras palabras, el creyente es llamado a servir. El que
no sirve, no sirve. ¿Servir de qué forma? Ejerciendo su don. Pedro nos da
algunos ejemplos: “El que habla, que
comunique palabra de Dios; el que presta un servicio, hágalo consciente de que
es Dios quien le da las fuerzas. Así, en todo lo que hagan, Dios resultará
glorificado por medio de Jesucristo…” (v. 11 – BLPH). Es decir, lo que
hagas, lo que sea el don que Dios te ha dado, ¡hazlo de la manera más
excelente! Sólo dando todo lo que eres capaz de dar, “…Dios resultará glorificado por medio de Jesucristo…”.
Como ya dije, todo depende de Dios – claro, también de mi
predisposición. Pero Dios decide qué don darte. Eso no depende de mi deseo de
tener tal o cual don, sino del plan específico que Dios tiene para mí dentro de
su obra. También en este tema de los dones, se aplica lo que dijo Jesús: “Ya saben que una rama no puede producir
uvas si no se mantiene unida a la planta. Del mismo modo, ustedes no podrán
hacer nada si no se mantienen unidos a mí” (Jn 15.4 – TLA). Para poder dar
lo mejor en nuestro servicio, necesitamos la capacitación del Espíritu Santo.
Así que, no somos nosotros los héroes de la película cuando sucede algo por
nuestro intermedio, sino es el Espíritu Santo dentro de nosotros. Nuestras
capacidades no son nuestro logro, sino un regalo de Dios. Entonces, lo que él
nos ha dado previamente, ahora se lo damos de vuelta para que él lo multiplique
y lo use según sus propósitos.
Todos los dones son diferentes y tienen efectos
diferentes. Pero todos servimos al mismo y único Dios. Entre todos, somos un
ejército de obreros del Señor, cada uno con sus respectivas habilidades, pero
entre todos hacemos un hermoso mosaico para el deleite y la gloria de Dios. Si
cada uno cumple su tarea en el lugar en que Dios lo ha puesto, entonces la
iglesia puede cumplir la tarea que le ha encomendado Dios.
Entre los jóvenes de Costa Azul nació el año pasado un
proyecto, del cual toda la iglesia iba a participar. Por demasiadas actividades
ya no lo pudimos realizar, pero está programado para este año. Se trata de una
feria de servicios. Cada uno pone a disposición sus habilidades para servir a
la gente del barrio. Por ejemplo, hay un joven que sabe cortar cabello.
Ofrecerá sus servicios gratuitamente a todo el que necesite un corte. Una
enfermera ofrecerá consejos de salud, tomar la presión, etc. Un chef enseñaría
cómo preparar algunas masitas sencillas que la gente luego puede vender. Todo
acompañado de música cristiana, folletos, testimonios, etc. La intención es
poner nuestros dones al servicio del barrio como un mensaje de amor de parte de
la iglesia y de parte de Dios para las personas. Unos jóvenes no sabían qué
podrían ofrecer, hasta que se les ocurrió que ellos sabían lavar un auto. Así
que, en la calle se instalará un lavadero para los que quieran un lavado
gratuito de su auto. Una persona sola no podría hacer todo esto, pero entre
todos juntos sí podemos. ¿Qué tienes en tu mano? ¿Crees que “sólo” puedes lavar
autos? Quizás es precisamente esto lo que el Señor quiere usar para enganchar a
alguien con su amor.
Así que, cada don es al mismo tiempo también un llamado.
Si Dios te ha dado un don según su plan, como habíamos dicho, él quiere que lo pongas a trabajar para que se cumpla su plan.
Si descubres tu don, descubres tu llamado. Y tendrás que rendir cuentas algún
día delante de Dios por lo que has hecho con tu don. Recordarán la parábola del
dinero que un hombre confió a sus empleados antes de un viaje largo que iba a
hacer. Dice luego la Biblia: “Después de
mucho tiempo, el amo regresó de su viaje y los llamó para que rindieran cuentas
de cómo habían usado su dinero” (Mt 25.19 – NTV) o, según nuestro tema,
“…cómo habían usado sus dones.” Algún día, Dios te preguntará: “¿Qué has hecho
con los dones que yo te di?” ¿Tienes una respuesta a esta pregunta?
Habíamos dicho que Dios nos dio dones para servirnos unos
a otros. Escuchen cómo Pablo expresa este mismo principio en su carta a los
efesios: “Así [Dios] preparó a los del pueblo santo para un
trabajo de servicio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef 4.12 –
DHH). Es decir, tú has sido llamado a servir a tu prójimo. ¿De qué manera? Con
el don que tienes. Dios te lo dio para ese fin. Y vuelvo a preguntarte: ¿Qué
tienes en tu mano? Eso es lo que Dios quiere de ti. Él no espera de ti más que
eso. No se trata de si es mucho o es poco. Se trata de si se lo pones a
disposición o no. Los discípulos también le preguntaron a Jesús: “¿Qué es esto para tanta gente” (Jn 6.9
– DHH)? Y Jesús preguntó: ¿Qué es esto en mis manos?
Tampoco se trata de cómo se ve tu don en comparación con
el de los demás hermanos a tu alrededor. No te compares. Esa no es la voluntad
de Dios. Dios te ha formado como original, con las características específicas
que te hacen como eres. Así mismo él te quiere usar para un propósito muy
específico. No pretendas ser otra persona. Sé tú mismo(a) y sírvele a él en tu
lugar, no en el lugar de otro. Hay diferencia entre los dones, pero sólo en
cuanto a la puesta en práctica: algunos son más públicos que otros. El don de
hacer milagros, por ejemplo, o el don de enseñanza son más visibles que quizás
el don de oración. Pero todos tienen el mismo valor delante de Dios. Si
volvemos otra vez a la parábola del dinero repartido entre los siervos, vemos
que uno recibió 5 medidas, el otro 2 y el último 1 medida, “cada uno conforme a su capacidad” (Mt 25.15 – RVC). Cierto, eran
cantidades diferentes. También la producción final de los siervos eran
cantidades diferentes, pero de todos se exigió lo mismo: fidelidad y empeño (creatividad).
No te fijes en cuanto hacen los demás con sus dones – según tu
punto de vista, sino fijate en lo que el dueño de los dones —Dios— dice de ti y
de tu manejo de lo que has recibido. Eres responsable por tu don recibido, no el de
los demás. Y cuando cada uno ejerce su don en el lugar indicado, fluye una
armonía y un poder muy especiales.
En Costa Azul renovamos cada año el equipo pastoral o
consejo. Ese equipo está compuesto por los líderes de cada departamento de la
iglesia: la líder de la Escuela Dominical, los líderes de jóvenes, la líder de
alabanza, los líderes de matrimonios, etc. Cuando más hacia fines del año
buscamos conformar el equipo para el año siguiente, primero doy la oportunidad
a los que ya estuvieron durante el año trabajando, para que ellos puedan
continuar su servicio por un año más. Si alguien ya no quiere o no puede
continuar, buscamos entre los hermanos de la iglesia quién reuniría el perfil
apropiado para tal o cual cargo. Miramos su madurez, miramos su experiencia en
esa área, y miramos si tiene los dones necesarios para ese cargo. Luego
hablamos con las personas que creemos idóneas, y si aceptan, se les presenta a
la iglesia en la asamblea anual en enero para que confirmen el equipo para el
año que se inicia. Estos últimos tres años hemos tenido un equipo pastoral
sobresaliente. Se nota que cada uno está justo en el lugar en que debe estar. Y
ahí rinde, se compromete, moja la camiseta y lleva la carga, no solamente de su
ministerio, sino apoyando también a los otros departamentos hasta donde pueda.
Buscamos personas con los dones apropiados para cada ministerio, pero también
adaptamos el ministerio según las características del líder que lo asume. El
ministerio de matrimonios, por ejemplo, funciona este año de manera diferente
que el año pasado, porque tenemos otros líderes que el año pasado. Así que, es
un proceso muy dinámico, pero siempre partiendo de los dones de cada uno.
Si bien cada uno tiene un don (o varios dones), ninguno
es autosuficiente. Nadie puede decir que no necesita a nadie. En un
rompecabezas, ninguna pieza sola muestra el cuadro completo. Así, el que tiene
el don de evangelismo, por ejemplo, necesita la ayuda de alguien que tenga el
don de enseñanza, porque los nuevos convertidos necesitan ser discipulados para
que puedan crecer y desarrollarse espiritualmente. Si no sucede esto —y en
muchos casos los evangelistas no son buenos maestros o pastores a largo plazo—
tenemos una iglesia con muchos cristianos inmaduros, que tarde o temprano
terminan por dañar a la iglesia más que edificarla. Así que, ninguno es tan
insignificante que su aporte no valga, ni tan grande y autosuficiente como para
no necesitar la ayuda de otros.
¿Qué es lo que tienes en tu mano? Quizás alguien diga
ahora: “¡Eso yo quisiera saber también!” El tiempo no nos da para entrar en
muchos detalles, pero quisiera dar algunas pautas que quizás puedan ayudarte a
identificar tu “bastón” o tus “panes y pescados”.
a)
Conocer los dones: Un técnico de radio debe conocer perfectamente cada
pieza de un equipo y su función, para poder detectar algún error y repararlo.
Así, el cristiano debe estar informado acerca de todos los dones del Nuevo
Testamento si espera reconocer el suyo propio. También sería tema de otra
prédica hablar sobre los dones que hay. Pero no nos debe importar quizás cuáles
dones hay, cómo se llaman y cómo se manifiestan. El Espíritu Santo despertará
los dones que se requieren en cada iglesia para el trabajo al que la ha llamado
el Señor. Simplemente procura identificar aquello que te sale bien, aquello que
sabes hacer.
b) Experimentar:
Significa probar en diversos tipos de servicio dentro de la iglesia. La
disposición de hacer algo nuevo puede descubrir un don que no sabías que estaba
en ti.
c)
Observa tus inclinaciones: Si una persona tiene un talento para el
canto, se siente atraída por quienes tienen capacidad vocal. Así ocurre con los
dones espirituales. Una persona es atraída hacia una cierta esfera de servicio.
Esa inclinación puede muy bien indicar la existencia de ese don.
d) Dedicación:
Es necesario también el dedicarse a sí mismo y todos sus dones posibles, al
Señor, expresando el deseo de obedecerle con nuestras capacidades espirituales.
e)
Deleite: Cuando una persona descubre su don puede exclamar: “¡Lo
encontré! ¡Este es! Esto es lo que prefiero estar haciendo para el Señor más
que cualquier otra cosa en el mundo. Estaría dispuesto a pagar
con tal que me dejen
hacerlo.”
g)
Discernimiento por otros: Una persona debería someter su
“descubrimiento” al criterio de otros hermanos maduros. La última confirmación
de que poseemos realmente un don determinado es el reconocimiento de este don
por parte de otros.
¿Qué es lo que tienes en tu mano? Dale eso al Señor para
que él lo use según su voluntad y con su poder. Dios te ha llamado a servirle y
a servir a tu prójimo, y también te ha dado la herramienta con la cual él
quiere que sirvas. Y esa herramienta es tu don. Conságralo al Señor.