lunes, 16 de octubre de 2017

Guayaba del Señor







            Frente al templo de la iglesia de Costa Azul hay dos plantas de guayaba. Cada domingo después del culto parecen ser árboles de Navidad con los niños colgados por todos lados como adornos. Pero en tiempo de frutas me da tanta pena ver a los chicos arrancar las pequeñas frutitas todavía totalmente verdes e incomibles. No solamente no los pueden disfrutar, sino que los echan a perder. Una fruta verde normalmente no sirve para nada.
            Comparo ahora el reino de Dios con un árbol de guayaba. Nosotros como sus hijos somos las guayabitas diseminadas por toda la planta. El Señor se está paseando, mirando con emoción y expectativa estas frutas. Hay algunas recién formándose, otras ya en pleno desarrollo, y también aquellas que han alcanzado la plena madurez y deleitan al Creador. Pero todas las guayabas que no maduraron todavía, por el momento no sirven todavía para el deleite del Señor. Nuestro máximo anhelo como hijos de Dios, como guayabitas en su árbol, es —¡o debería ser!— estar para el deleite de nuestro Dios. ¿Pero lo somos? Los que conocemos las guayabas, sabemos a primera vista si una fruta está madura o todavía no. Pero entre los cristianos cuesta bastante más distinguir entre una persona madura y otra todavía en desarrollo. Y lo lindo es que no necesitamos definir quién es maduro y quién es inmaduro. De esta evaluación se encargará el Señor – aunque demasiadas veces sí hacemos juicios acerca de la inmadurez de otros – probablemente la señal más sobresaliente de nuestra propia inmadurez. Es que, al hacer esta “evaluación” siempre nos tomamos a nosotros mismos como ejemplo de una persona madura. Cuanto más se parecen las otras personas a nosotros, tanto más cerca están del nivel óptimo de madurez. Y tan engreídos estamos que no nos damos cuenta de que de verde pasamos a podridos; que estamos lejísimo de ser un ejemplo para otros – a no ser un ejemplo como no se debe ser.
            La primera carta a los corintios nos da una regla correcta para medir el grado de madurez ¡no de mi hermano(a), sino de mí mismo! Yo, como guayaba del Señor, ¿qué tal está mi madurez? Este es un tema en el cual no sirve pensar: ‘¡Ay, qué pena que no está fulano hoy en el culto! Esta prédica sería justo para él.’ O para dar codazos al cónyuge: “¿Escuchaste?” Esta prédica es justo para… el que la está escuchando (¡y dando!).
            La primera característica de una guayaba cristiana madura encontramos en los primeros dos versículos del capítulo 3.

            F1 Co 3.1-2

            1.) Un cristiano maduro soporta enseñanza fuerte. Puede sorprender esta frase. ¿Acaso hay en la Biblia “enseñanzas fuertes”? ¿Acaso no es todo amor y misericordia? Bueno, no todo. La Biblia contiene una infinidad de temas y enseñanzas, y no todas las personas están en condiciones de recibirlos. Este mismo texto de hoy podría ser demasiado fuerte para algunos y causar molestias. Pero es Palabra de Dios, y como tal debe ser enseñada y predicada.
            Muchas personas, por ejemplo, no aguantan ser reprendidos o exhortados. Ante un “No”, se comportan como criaturas: lloran, gritan, zapatean, se tiran en el piso, etc. Y no crean que esto no sucede entre personas adultas. Quizás son manifestaciones más “sofisticadas” como picharse por todo y por nada, salirse de un grupo WhatsApp cuando uno se siente ofendido, mostrar un espíritu de crítica, falta de sujeción a las autoridades, etc. Son manifestaciones de personas que no soportan que alguien les contradiga o vaya en contra de lo que ellos quieren. A Jesús le pasó lo mismo con muchos así llamados “discípulos”, pero que eran meros acompañantes de él sin ser seguidores de él. En un momento, ante sus enseñanzas, ellos dieron media vuelta y se salieron del grupo WhatsApp “discípulos de Jesús”. Dice la Biblia: “Al oír esto, muchos de los que seguían a Jesús dijeron: — Esta enseñanza es inadmisible. ¿Quién puede aceptarla? … Desde entonces, muchos discípulos suyos se volvieron atrás y ya no andaban con él” (Jn 6.60, 66 – BLPH). ¡Menos mal que eso ocurrió en tiempos de Jesús! Hoy ya estamos tanto más avanzados que ya no reaccionamos más de manera tan infantil…
            Pero los corintios sí tuvieron todavía este problema. Por eso, Pablo dice que él no les pudo dar todavía comida sólida, es decir, enseñanzas más exigentes y sofisticadas. Solamente les pudo repetir una y otra vez lo básico de la vida cristiana, dejando tantos otros temas sin tocar: “…no pude hablarles como a espirituales, sino como a carnales, como a bebés en Cristo. Las enseñanzas que les di fueron como leche porque todavía no podían comer nada sólido…” (v. 1 – NBLH/PDT). Esta ilustración de Pablo es muy comprensible para los que somos padres o los que ayudan a cuidar a hermanitos pequeños. Si alguien ha estado alguna vez para un asado en casa de Carlos y Celeste, sabe lo que significa que Carlos haga asado. Supongamos que una pareja con su bebé de 5 meses está invitada para comer asado en la casa de Carlos. Entonces la madre dice: “Bueno, si a mí me hace bien esta comida, entonces la voy a dar también a mi bebé.” ¡Lo mata! Un bebé está en un estado de desarrollo totalmente distinto al estado de un adulto, y con requerimientos muy diferentes. Darle asado a un bebé es tan dañino como si nosotros nos alimentáramos todo el día sólo con Nestum y leche. Pero en una familia hay pues personas de diferentes edades y grados de madurez física, y hay que proveerle a cada uno según su situación.
            En la familia espiritual sucede exactamente lo mismo. Es natural que en una iglesia haya cristianos de todas las “edades” de vida espiritual, porque algunos se han convertido a Cristo recién no más, y otros ya llevan bastante tiempo como cristianos. Lo que no es normal es que los que ya llevan años en la vida cristiana se comporten como criaturas. Si bien Jesús dijo que debemos ser como niños, en el sentido de confiar incondicionalmente, no quiso decir que debemos comportarnos como niños.
            Recuerdo que hace muchos años había en una iglesia una familia en la que se había invertido mucho tiempo y esfuerzo, tratando de ayudarles a crecer, pero sin mucho éxito. Uno de los líderes de la iglesia encabezaba una reunión casera en la casa de ellos. Un día se le acabó la paciencia y le dijo a esa familia: “Ustedes ya deberían estar creciditos espiritualmente. Deberían estar ya en condiciones de dirigir ustedes una reunión casera. Pero siguen comportándose como niños. Necesitan todavía que se les tome de la manito y les indique pasito a pasito qué hacer.” Es triste ver casos así. Pero a la inversa, da mucho ánimo al ver a personas que han tenido sus tropiezos, pero ahora siguen firmes en el camino, buscando a Dios por sobre todas las cosas, estudiando su Palabra, cultivando la devoción en la familia, apasionados por el Señor. Esa es una guayaba que está haciendo pasos firmes hacia la madurez. Le podés enseñar cualquier tema, y lo va a aceptar. Si a veces viene una reprensión, bajará la cabeza y dirá: “¡Ay, eso dolió! ¡Sí, Señor! Tienes razón, yo me equivoqué. Por favor, perdóname. Y dame la firmeza para no volver a cometer ese mismo error.” Y se queda aferrada del Señor contra vientos y marea.
            ¿Tienes estas características en tu vida? ¡Felicidades, estás en buen camino! Sigue adelante, creciendo para la honra y gloria del Señor, desarrollándote en una guayaba sabrosísima para Dios.

            F1 Co 3.3-4

            2.) Un cristiano maduro cultiva sanas relaciones interpersonales. Pablo critica la tremenda inmadurez de los corintios. Lastimosamente no existía todavía cuando eso la IEB Parque del Norte para que Pablo la ponga de ejemplo a los corintios para mostrarles cómo se vive la vida cristiana… En el caso de los corintios, su inmadurez se evidenciaba en los celos, las envidias, peleas y discordias. Se formaban grupos enfrentados dentro de la iglesia: algunos eran del partido de Pablo, otros del de Apolos. Y si volvemos al capítulo 1, vemos que, además, había en Corinto el partido de Cefas y el de Cristo. Es normal, y diría hasta inevitable, que en una iglesia haya personas que tengan mejor química con uno que con otro. Por decir, a los de ustedes que por ejemplo se convirtieron o se bautizaron con el pastor Ceferino, los unirá un lazo más especial a él que a cualquiera de los demás pastores. Otros experimentarán esto mismo con el pastor Juan, otros con el pastor David. Y está bien que sea así. Pero no puede llegar a lo que Pablo critica aquí: a rivalidades y enfrentamientos. Cuando se arman grupos intolerantes en una sociedad o iglesia, muestran no más su egoísmo y su inmadurez. Cristo y el Espíritu Santo siempre buscarán la unidad de la iglesia, jamás la división. En la última voluntad de Cristo, expresada en su oración sacerdotal poco antes de su muerte, él ruega reiteradas veces al Padre por la unidad de todos sus seguidores: “Te pido que todos ellos estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Les he dado la misma gloria que tú me diste, para que sean una sola cosa, así como tú y yo somos una sola cosa: yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno, y que así el mundo pueda darse cuenta de que tú me enviaste, y que los amas como me amas a mí” (Jn 17.21-23 – DHH). Cristo quiere la unidad de su iglesia y estuvo dispuesto a dar su vida para que esto pueda ser posible. Y será esa unidad la que tendrá efectos evangelísticos que invitarán a los vecinos a entrar también en este camino en pos de Cristo. Cualquier división en la iglesia o también cualquier rompimiento de relaciones interpersonales siempre proviene del enemigo de Dios que gobierna sobre los poderes de las tinieblas. Él no tiene otra intención que robar, matar y destruir (Jn 10.10). Así también, el que está dominado por el Espíritu de Dios buscará en todo momento la unidad entre hermanos y como iglesia.
            Pablo dice que este comportamiento de celos y rivalidades es muestra clara de que son personas totalmente carnales, “…que todavía no han crecido espiritualmente y que actúan como cualquier otro del mundo” (v. 3 – PDT), “…que no han superado el nivel puramente humano” (BLPH), “…que los guían los bajos instintos y que proceden como gente cualquiera” (NBE). ¡Sabe pegar fuerte ese Pablo! Eso sí que ya no es leche…
            Pero así de fuerte es también un comentario que encontré al respecto: “¿Qué es lo que hay en su vida y conducta [de los corintios] que hace que Pablo les dirija esta reprensión? Son sus partidismos, peleas y grupitos. Esto es sumamente significativo, porque quiere decir que se puede saber cómo está la relación de una persona con Dios viendo su relación con sus semejantes. Si nunca está de acuerdo con nadie, si siempre está peleándose y discutiendo con los demás y creando problemas, puede que asista regularmente a la iglesia y hasta que tenga algún cargo en ella, pero no es un hombre de Dios. Sin embargo, si uno se lleva bien con los demás y sus relaciones con ellos están inspiradas en el amor y la unidad y la concordia, entonces lleva camino de ser un hombre de Dios” (Barclay).
            En una iglesia había constantes peleas entre algunas hermanas. Eran el quebranto del pastor, porque no había forma de que dejen su actitud rencillosa. Una hermana una vez dijo: “Pero con el Señor yo estoy bien.” Según lo que Pablo dice aquí, y lo que dice también ese comentarista, es imposible separar nuestra relación con el Señor de nuestra relación con el prójimo. El que ama profundamente al Señor y cultiva una relación de máxima intimidad con él no puede estar en discordia con otra persona, creada a la imagen de Dios.
            ¿Qué tal las guayabas de Parque del Norte? ¿Son ante la sociedad un símbolo de unidad o preferirían tener cada uno su propia rama donde desarrollarse?

            F1 Co 3.5-9

            3.) Un cristiano maduro construye (edifica) la iglesia de Dios. ¿Cuál es el trasfondo de las divisiones y las discordias que habíamos visto recién? En el fondo está la postura intransigente que dice: “No me junto con fulano porque él es diferente que yo” (actúa diferente, piensa diferente, cree diferente; es de otro partido o de otro club y no podemos congeniar). ¿Cuál era la actitud de Pablo y Apolos? “Me junto con Apolos (me junto con Pablo) porque él es diferente que yo” (él tiene dones que a mí me faltan y me puede complementar de manera tan maravillosa). ¿Y cuál es el resultado de ambas posturas? Donde hay división, nadie hace nada. O si hace algo, es por motivos egoístas para demostrar que uno es mejor que los del otro grupo, desarrollando una especie de “barra brava” en cada sector opuesto del estadio de la iglesia. Pero donde hay unidad y complementación, la obra progresa sostenidamente para honra y gloria de Dios. Pablo dice: “Después de todo, ¿quién es Apolo, quién es Pablo? Simples servidores, por medio de los cuales ustedes han creído…” (v. 5 – BPD). Es decir, ninguno de los dos se consideraba la estrella de la obra de Dios, sino simples servidores de Dios y colaboradores uno del otro. Un cristiano maduro construye la iglesia de Dios, no su propio monumento. Nadie es estrella en la iglesia, sino sólo el dueño de la obra: Cristo Jesús. Nadie es estrella, sino todos son miembros del equipo cuyo comandante es Dios. Uno planta, otro riega, pero de Dios depende el crecimiento.
            Vi una vez una caricatura de un mueble para la Santa Cena que una familia había donado a la iglesia. Por el mueble decía: “En memoria de mí”, y más abajo en grandes letras: “Donado por la familia fulana de tal.” La duda que quedaba era en memoria de quién se había donado ese mueble. Esto sucede cuando uno quiere construir monumentos en vez de iglesia.
            Pablo y Apolos podían trabajar en equipo, porque no trabajaban en un proyecto personal ni estaban enfocados sólo en su área de trabajo en particular. Uno planta, otro riega, pero ambos cultivan el jardín de Dios. Sin nadie que plante o sin nadie que riegue, ninguna guayaba va a crecer. Es decir, el proyecto no era plantar algo o regar algo, sino ambas actividades eran parte de un proyecto mucho más grande: cultivar el jardín de Dios, edificar la iglesia de Cristo – o en palabras de Pablo: “…ustedes son el campo de cultivo de Dios, son el edificio de Dios” (v. 9 – RVC).
            En una obra de construcción gigantesca había tres trabajadores. Se le preguntó al primero qué estaba haciendo, y él contestó: “Estoy haciendo mezcla.” Al segundo se le preguntó lo mismo, y él contestó: “Estoy levantando una pared.” Cuando se le preguntó al tercero, se le brillaron los ojos: “Estoy construyendo una catedral.” Este último sí tenía en miras el proyecto total y se veía a sí mismo como un colaborador más dentro de la gran obra. Los demás estaban concentrados sólo en su propio proyecto personal que, si bien era parte del proyecto general, lo hacían sin visión y sin entusiasmo. ¡Y pobre si a otro se le hubiera ocurrido hacer mezcla también en el mismo lugar y levantar la misma pared! ¡Señor pelea hubiera estallado!
            Pablo dice: “Ni el que planta ni el que riega valen algo, sino Dios, que hace crecer” (v. 7 – BPD). Por lo tanto, “tanto el que siembra como el que riega son iguales” (v. 8 – RVC): son colaboradores uno del otro en una obra grande cuyo Arquitecto es el Señor Jesucristo. Y “cada uno recibirá su salario de acuerdo con el trabajo que haya realizado” (v. 8 – BPD).
            ¿Estás cultivando el campo de Dios o tu propia planta de guayaba? ¿Cuál es la visión, la motivación y el objetivo de tu trabajo en la iglesia? ¿Es para glorificar a Dios y edificar su obra o es para cosechar para ti mismo de esa gloria que le pertenece a Dios? Si dices que estás cultivando el campo de Dios, entonces no te tiene que preocupar la obra del otro, porque cada uno es responsable ante Dios por sí mismo. Cuando Jesús le dio una vez un encargo a Pedro, éste se fijó en Juan y le preguntó a Jesús qué sería de él. Jesús le dio una respuesta bastante dura: “Si yo quiero que él viva hasta que yo regrese, ¿qué te importa a ti? sígueme” (Jn 21.22 – TLA). Ya que cada uno dará cuentas ante el Señor de su actitud y su trabajo en la obra de Dios, yo no necesito evaluarlo a él, y estoy libre de colaborar con él hombro a hombro, juntos edificando la iglesia de Cristo.
            3 características de una guayaba espiritual madura:
1.) Un cristiano maduro soporta enseñanza fuerte.
2.) Un cristiano maduro cultiva sanas relaciones interpersonales
3.) Un cristiano maduro construye (edifica) la iglesia de Dios.
            ¿Qué nota te das en estas tres preguntas? ¿En qué estado de desarrollo estás como guayaba del Señor? ¿Ya estás para su deleite o todavía en etapa de desarrollo o de repente recién en etapa de flor? Es responsabilidad de cada uno examinarse ante el Señor. Hacele esa pregunta: “Señor, ¿en qué estado estoy? ¿Ya soy para tu deleite o todavía?” Preguntale. Y luego guarda silencio y presta atención a los pensamientos que él te va a poner en tu mente. Y cuando hayas recibido la respuesta, hacele la segunda pregunta: “¿Y qué quieres que yo haga ahora para que pueda deleitarte más?” Ahí te convendrá tener a mano algo para escribir para anotar todas las ideas e instrucciones que el Señor te va a dar. Vamos a orar ahora. Vamos tomarnos un tiempo para hacerle al Señor estas dos preguntas: ¿En qué estado estoy? Y luego: ¿Qué quieres que yo haga? Será como un ensayo, porque lo más importante sucederá en tu casa en tu intimidad privada con el Señor. ¡Pero hágalo!


lunes, 9 de octubre de 2017

Desafíos






            ¿Te gustan los desafíos? Quizás depende de cuáles, ¿no? Hay desafíos fáciles de enfrentar, otros un tantito más complicados. ¿Pero cómo se puede preparar para enfrentar un desafío con éxito? Porque la clave no está solamente en el momento de plantarse ante el desafío, sino también —y quizás mucho más— en toda la etapa previa, la etapa de la preparación. El domingo pasado empezamos a ver el caso de Nehemías. Él sí que tuvo que enfrentarse a muchos desafíos. Hoy veremos cómo él se preparó para superarlos con éxito.

            FNeh 2.1-20

            En el capítulo 1 de Nehemías, que se expuso aquí el domingo pasado, encontramos a Nehemías recibiendo las tristes noticias acerca del estado caótico de su amada Jerusalén. El capítulo describe cómo Nehemías presenta esta situación ante el Señor con mucho pesar en el alma, pidiendo perdón por los pecados suyos y de sus antepasados.
            Pero lo llamativo es el proceder de Nehemías. No salió corriendo, gritándoles a los judíos: “Aguanten un cachito más, que ya va papá. Aquí está su salvador.” Desde que recibió las noticias hasta que ahora se presentó ante el rey habían pasado 4 meses. Pero según lo que podemos ver en el resto del libro, Nehemías no había pasado este tiempo lamentándose, tratando de levantarse de una depresión. Él había pasado tiempo en oración, recibiendo orientación de Dios, haciendo cálculos, desarrollando estrategias, etc. Es decir, él había trabajado duramente en este tiempo. Pero la carga emocional se hizo tan pesada con el tiempo que no pudo esconderla ante el rey. Cuando el rey le preguntó por el motivo de su tristeza, él se asustó grave. Este susto puede deberse a que el rey no quería tener gente deprimida en su presencia, y que se podría enojar contra Nehemías. Pero también, muy probablemente su susto se debió a que él sabía la magnitud de su petición y vio ahora de golpe que se presentó el momento de presentársela al rey. Esta petición era demasiado grande porque requirió incluso un vuelco en la política del imperio persa en relación a los judíos de Jerusalén. O sea, era verdaderamente como para asustarse. Pero Nehemías se armó de valor y le expuso al rey la razón de su tristeza: la destrucción de su ciudad. Probablemente Nehemías haya nacido ya en Babilonia, que en este tiempo había sido ocupada por los persas, pero Jerusalén era la capital espiritual de su pueblo. Bien él podía decir que no le importaba cómo estaba Jerusalén, pero era su patria, la ciudad y el país de su pueblo. ¿Cómo podría quedarse él indiferente a su estado caótico?
            Después de dar esta breve explicación, había que esperar la reacción del rey. Y este reaccionó sorprendentemente positivo: “¿Qué es lo que pides?” (v. 4 – NBLH), “¿Cómo te puedo ayudar?” (PDT). Y ahí sí, ¡llegó el gran momento! Antes de decir cualquier cosa, Nehemías mandó todavía una última oración de emergencia al cielo. Con este empujón que le dio la oración, Nehemías se armó de valor para presentar su petición ante el rey: poder ir a Judá y reconstruir Jerusalén. Ante semejante petición, podríamos esperar las más diversas reacciones de parte del rey. Por eso sorprende su actitud tan abierta y benigna. Preguntó por la duración del viaje, y al indicárselo Nehemías, él lo dejó ir.
            Me llama la atención la mención de la reina en este pasaje. No sé si ella tenía algo que ver con esta actitud del rey, es decir, si él hubiera reaccionado diferente si ella no hubiera estado ahí. No lo sabemos, pero sin lugar a dudas que los 4 meses anteriores hicieron una diferencia abismal entre este resultado y el que hubiera obtenido Nehemías si él hubiera presentado esta petición ni bien recibido las informaciones de parte de su hermano acerca del estado en que se encontraba Jerusalén. Por un lado, sus oraciones habían provocado que Dios vaya delante de él, abriéndole camino. Si, por ejemplo, la presencia de la reina haya tenido algo que ver en esta reacción del rey, fueron los movimientos que Dios mismo había realizado para que ella esté presente en ese momento, de modo que Nehemías pueda obtener esta respuesta de parte del rey. Testimonio de esto da Nehemías mismo en el versículo 8: “El rey me dio lo que le pedí debido a que Dios estaba conmigo” (PDT). Este favor de Dios está sobre nosotros, si emprendemos los desafíos juntamente con él.
            Por otro lado, la planificación minuciosa de parte de Nehemías había hecho que él tuviera muy clara la película, lo que, a su vez, le dio mucha más seguridad a la hora de presentarse ante el rey. Él sabía exactamente qué es lo que quería lograr y cuál era el camino hacia ese objetivo. Esta seguridad le daba al rey la certeza de que Nehemías no quería hacer simplemente una gira turística por la Tierra Santa, sino que tenía una misión muy clara y urgente. Ante esta impresión positiva de parte de Nehemías, el rey estaba más que dispuesto a darle curso a su petición.
            “Cuando oramos y planificamos, le estamos abriendo la mente y el corazón a Dios. Entonces es cuando oímos su voz. Tal vez no escuchemos su voz audible; de hecho, lo más probable es que no lo oigas de esa forma. Sin embargo, sí vas a recibir impresiones e ideas que proceden de él. Entonces es cuando él te da una visión. Para ser … eficaz necesitas tener una visión” (Rick Warren: “Liderazgo con propósito”).
            Ante este permiso concedido por el rey, Nehemías presentó los siguientes pedidos. Se nota que él había calculado todo fríamente, previendo todos los documentos que él necesitaría llevar desde el país de origen para poder llevar a cabo con éxito su misión. Así él pidió un salvoconducto para que los mandamases del otro lado del río Éufrates lo dejen pasar sin considerarlo una amenaza a su seguridad zonal. También pidió una orden de entrega de madera para el templo, para el muro y para su casa propia. Todo esto él recibió del rey que ese día estaba de muy buen ánimo, aparentemente. Pero ya vimos que detrás del buen ánimo estaba Dios quien había propiciado este clima favorable para los planes de Nehemías y de Dios. Y cuando Dios mueve las cosas, hasta yapa te dan: el rey “…además había enviado conmigo una escolta de caballería al mando de jefes del ejército” (v. 9 – DHH).
            Pero realizar la obra de Dios no significa estar libre de oposición. Suele haber incluso más oposición, porque Satanás no quedará de brazos cruzados cuando alguien quiera emprender algo en nombre de Dios. Ya en el versículo 10 se menciona a Sambalat y a Tobías, dos gobernadores de provincias vecinas a Judá, que temían perder el dominio en la zona si Jerusalén se fortalecía y resurgiría. Sobre cómo manejar estas oposiciones escucharemos el próximo domingo.
            La llegada de Nehemías a Jerusalén no puede haber pasado desapercibido. Nadie que viene con escolta militar real entra sin que nadie se dé cuenta. Pero Nehemías jamás hizo tocar trompetas al acercarse a la ciudad, anunciando la llegada del libertador Simón Bolívar. Y para no llamar la atención, durante tres días primero no hizo nada – para nosotros una pérdida de tiempo ante tal urgencia de restaurar Jerusalén. Pero si él hubiera actuado de inmediato, levantando mucho polvo alrededor de su misión divina, la hubiera matado antes de iniciarla. Es que la gente todavía no estaba en condiciones de contemplar un cambio de su estado. Si uno ha convivido tanto tiempo con una necesidad, se llega a acostumbrar a ella como si fuera parte de su ser mismo. Es por eso que muchos ni quieren que cambie su situación. Se sienten bien con la miseria en que está su vida. “Cuando llegó a Jerusalén, la gente con que se encontró se sentía derrotada y apática, y vivía en medio de los escombros. En los últimos noventa años se había intentado en dos ocasiones la reconstrucción de los muros, sin lograrlo. El pueblo había perdido toda su seguridad. Había llegado a una conclusión: «¡No se puede!»”·(Rick Warren: “Liderazgo con propósito”). Por eso, Nehemías actuó al principio sólo todavía. Además, él mismo necesitaba hacerse un cuadro correcto de la situación, estando ya en el lugar mismo de los hechos. Había planificado mucho ya en Babilonia, pero no conocía todos los detalles por estar lejos del lugar. Por eso, primero él tenía que inspeccionar el muro para no andar ya con suposiciones sino con datos concretos. Cuanto más claras están las cosas, respaldadas por informaciones de primera mano, tanto más certeras serán las decisiones que uno tome. Nehemías aprovechó la noche para salir de la ciudad sin que nadie lo note para examinar la muralla detalladamente.
            Una vez informado de los detalles, ahí sí llegó el momento de pasar la visión a los demás. Pero para esto, Nehemías también siguió una estrategia muy sabia. Él no reunió a todo el pueblo para mandarlo a que reconstruya el muro. Primero, él se reunió con los líderes del pueblo, para transmitirles la visión y para integrarlos a su equipo. Él empezó a describir en breves palabras el estado calamitoso de la ciudad, para despertarlos de su desesperanza. Su intención no era deprimirlos más. Nehemías más bien dio un giro radical a la mirada de ellos para enfocarla en la visión que Dios le había dado: reconstruir la ciudad. La reconstrucción tendría el efecto de dejar de ser el hazmerreír de la gente. Nehemías apuntó al ego de los líderes para que dejen de considerarse los pobrecitos, que levanten la cabeza y se llenen de valor. A esto Nehemías le agregó el mensaje que Dios le había dado, y la actitud benevolente del rey. Esto hizo que, por primera vez en décadas, los líderes judíos estallen en júbilo, rebosantes de entusiasmo de tomar el toro por las astas.
            Pero, como ya dije, cuando uno quiere emprender la obra de Dios, el adversario quiere pisar fuerte. Otra vez Sambalat y Tobías, ahora ya reforzados por su unión con “Guesén el árabe” (v. 19 – RVC) empezaron a burlarse de ellos y a acusarlos de rebelarse contra el rey de Babilonia. Nehemías nunca se dejó intimidar por ellos, porque no tenía nada que ocultar. Él no se rebeló contra el rey, sino actuó más bien bajo la cobertura de su aprobación y apoyo. Si actuamos en nombre y por envío de nuestro Rey del cielo y de la tierra, ¿acaso nos vamos a atemorizar ante las manifestaciones de supuesto poder del adversario de las cosas de Dios? Nehemías no perdió el tiempo discutiendo con ellos o tratando de convencerles de que cambien su perspectiva de las cosas. Lo tomó en cuenta, y simple y sencillamente los puso en su sitio: “El Dios del cielo es quien nos ayuda pues somos sus siervos. Así que vamos a reconstruir la ciudad y ustedes no tendrán arte ni parte en ella” (v. 20 – PDT). Claro, contundente, sin vueltas. Por supuesto, los enemigos no por eso ya se retiraban con la cola entre las piernas para no volver nunca más, pero Nehemías había asentado postura clara que mantendría en todo el tiempo hasta terminar la obra.
            ¿Cuál es tu próximo desafío? Puede ser algún proyecto bastante ambicioso, puede ser una conversación que debes tener con alguien, o puede ser una entrevista de trabajo. No importa cuán poco o muy importante sea tu desafío o de cuánto alcance tenga, debes proceder con sabiduría. Apurarse es generalmente sinónimo de necedad y de echar a perder las oportunidades. Al otro extremo está el postergar demasiado tiempo una decisión. Esto también implica desaprovechar las oportunidades que pasarán a manos de otros. Eso también es necedad. ¿En qué radica entonces la sabiduría? Saquemos algunas conclusiones de Nehemías:
            1.) La oración es fundamental antes y durante el proyecto. Como cristianos, nada tiene valor si Cristo no va delante. Puedes intentar hacer algo sin él, pero no te quejes si el resultado es muy adverso a lo que querías. No hay algunos asuntos que sean cristianos y otros seculares. Todos los asuntos de un cristiano, un hijo de Dios, deben ser resueltos y consultados con el Papá celestial.
            2.) Tomarse el tiempo necesario. Como dije, lo apresurado raras veces sale bien. El tiempo hace que la idea madure y traiga un fruto agradable. El fruto madurado a la fuerza no es rico.
            3.) Planificar minuciosamente. Este paso requiere juntar toda la información posible. El que no lo hace es en palabras de Jesús alguien que quiso construir una torre y no hizo un presupuesto detallado para ver si tiene o no para acabar la obra. A media altura se quedó en un aprieto de aquellos y se convirtió en el motivo de burla de todos los que sabían del caso. Muchas veces decimos: “Si hubiera sabido lo que sé ahora, hubiera actuado de otro modo.” Bueno, ¿no había formas de saberlo antes? ¿O simplemente no averiguaste lo suficiente el asunto? ¿Te dejaste impulsar por la emoción del momento, por algún deseo, por la falta de dominio propio y el no saber esperar? Hay situaciones que efectivamente no podemos prever. Pero debemos hacer todo lo posible para adelantarnos a los hechos y calcular inclusive todo lo que podría salir mal, no para dejarnos frenar, sino para estar prevenidos y poder tomar los recaudos necesarios.
            4.) Formar un equipo. Una de las frases principales de un pastor que impulsa a nivel internacional el mentoreo de pastores es: “¡Solito no!” Eso mismo se aplica a cualquier proyecto o idea que desearías tenga el mayor éxito posible. Quizás tu equipo sea sólo una persona más aparte de vos. Quizás seas tú incluso el único que llevará a cabo la acción, pero rodeate de buenos consejeros, idóneos en cuanto al área de tu desafío y, por sobre las cosas, cristianos maduros que te pueden orientar basado en la Palabra de Dios. Nehemías jamás podría haber reconstruido la ciudad él sólo, pero trabajando en equipo lo logró a una velocidad increíble. Tus resultados podrán dispararse si te unes a otros para formar un equipo fuerte. El llanero solitario no es más que eso: una persona solitaria que no vencerá a muchos sino, más bien, fácilmente será vencido.

            Oración, reflexión, planificación (juntar información), unirse con otros (formar equipos). ¿Cuál es tu próximo desafío que tendrás que enfrentar esta semana? Elabora para cada uno de estos puntos dos acciones concretas que puedes realizar para enfrentar este desafío, por pequeño o grande que sea, de manera sobresaliente. Y un desafío que el Señor pone delante de ti y que enfrentas en unión con el Señor será prosperado para honra y gloria del Señor.

sábado, 7 de octubre de 2017

Sal y luz




                   El tema central para este retiro es: “Ser sal y luz”. Es un tema sumamente práctico que tiene que ver con nuestro día a día. En las diferentes charlas a lo largo de este retiro veremos cómo se aplican estos principios a las diferentes áreas de la vida cotidiana de un varón.
                   Un sargento cuenta un episodio de su vida militar:
                   En nuestra compañía teníamos un soldado que daba testimonio de su fe cristiana. Le hacíamos la vida muy dura. Una noche, cuando volvíamos después de haber caminado bajo una tremenda lluvia y estábamos empapados hasta los huesos y muy cansados, nuestro único pensamiento era irnos a la cama. Sin embargo, el creyente se tomó el tiempo de arrodillarse para hacer su oración. Esto me puso tan furioso que tomé mis botas cubiertas de barro y se las arrojé una tras otra a la cabeza. A la mañana siguiente hallé al lado de mi cama mi calzado magníficamente lustrado. Ese gesto me partió el corazón y comprendí lo que significa el cristianismo.
                   Esta historia es un ejemplo magnífico de lo que significa ser sal y luz. El texto en el que está basado este tema se encuentra en Mateo 5.13-16, parte del Sermón del Monte.

                   FMt 5.13-16

                   Jesús empieza esta enseñanza con una declaración muy simple: “Ustedes son la sal de este mundo” (v. 13 – DHH). Pero a pesar de ser simple, está cargada de dinamita. ¿Qué significa “ser sal”?
                   En tiempos de Jesús, la sal se relacionaba con varias cualidades, de las cuales mencionaremos las siguientes: a) La idea de la pureza. Uno piensa en la pureza fácilmente al observar el color blanco tan brillante de la sal. Imaginate que alguien te invita para un asado, pero para tu gusto, él ha ahorrado demasiado con la sal. Entonces le pides sal para darle a tu costilla el sabor que tú prefieres. Él te pasa un recipiente con sal, pero totalmente sucia y contaminada. ¿La usarías? Quizás escarbarías como gallina para buscar algunos granitos de sal rescatables, pero no sería algo muy agradable.
                   Imaginate entonces que Dios le pasa al mundo un cristiano para sazonar la vida de los demás, pero ese cristiano está lleno de impurezas, contaminado por el pecado, manchado por la ira, por el engaño, por una vida doble. ¿Serías tú un don agradable de parte de Dios a este mundo? ¿Estarían tus vecinos agradecidos a Dios por habérteles enviado a su vecindario?
                   Cuando los creyentes son sal de la tierra, son ejemplos de pureza. En la sociedad encontramos generalmente todo lo contrario a pureza: a demasiado mucha gente no le importa más la sinceridad o la dedicación al trabajo. La pureza sexual y la fidelidad entre los cónyuges parece ser un cuento de viejas. Los medios de comunicación propagan los antivalores a cada segundo. Uno que cree todavía en lo que enseña la Biblia es considerado anticuado. Entonces, ir a las fiestas, coquetear con las chicas, servirse bebidas alcohólicas o probar unas fumaditas es considerado como lo moderno, necesario para adaptarse a la sociedad, para no caer de aguafiestas o anticuado. Pero, ¿coincide este punto de vista con lo que enseña Pablo? “No se amolden al mundo actual… No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto” (Ro 12.2 – NVI/VP). Cambiar su manera de pensar, no vivir según los criterios de una sociedad que no conoce a Cristo. Por el contrario, vivir en pureza, vivir en santidad. Eso es “ser sal”. Fíjense que la sal nunca absorbe el sabor de la comida con la que es mezclada. Más bien la sal impregna a todo el resto de la comida con sus cualidades salinas. En momentos en que nos enfrentamos con los criterios del mundo, es la responsabilidad del cristiano mantener en alto los valores bíblicos y tomar la firme decisión de no participar en nada que no coincida con lo que ella nos indica. Cristo y el mundo son incompatibles. No se puede agradar a ambos.
                   b) La sal como elemento conservador. Hasta hoy en día se usa la sal para conservar alimentos, como la carne —la cecina— por ejemplo. Como hijos de Dios, debemos ejercer una influencia desinfectante en nuestro entorno. Debemos evitar que los otros se “pudran” en el pecado. Y no solamente sanar a personas ya metidas en lío, sino hacer un trabajo de prevención. Si tú ves a una persona que está a punto de pisar una víbora venenosa, ¿no le advertirías a gritos? ¿Por qué no hacerlo con los que están en peligro de caer en algún ilícito?
                   Dios dice al profeta Ezequiel algunas palabras bastante duras: “A ti, hombre, yo te he puesto de centinela para el pueblo de Israel. Cuando yo te comunique algún mensaje, deberás anunciárselo de mi parte, para que estén advertidos. Puede darse el caso de que yo pronuncie sentencia de muerte contra un malvado; pues bien, si tú no le hablas a ese malvado y le adviertes que deje su mala conducta para que pueda seguir viviendo, él morirá por su pecado, pero yo te pediré a ti cuentas de su muerte. Si tú, en cambio, adviertes al malvado y él no deja su maldad ni su mala conducta, él morirá por su pecado, pero tú salvarás tu vida. También puede darse el caso de que un hombre recto deje su vida de rectitud y haga lo malo, y que yo lo ponga en peligro de caer; si tú no se lo adviertes, morirá. Yo no tomaré en cuenta el bien que haya hecho, y morirá por su pecado, pero a ti te pediré cuentas de su muerte. Si tú, en cambio, adviertes a ese hombre que no peque, y él no peca, seguirá viviendo, porque hizo caso de la advertencia, y tú salvarás tu vida” (Ez 3.17-21 – VP). Eso es ser sal.
                   c) Dar sabor. La función más evidente y más importante es la de dar sabor a las comidas. Prueben comida sin sal, a ver si la sal no es importante. Nuestra vida debe dar sabor a las personas a nuestro alrededor. Si miran la cara de las personas que se les cruzan, verán demasiadas veces rasgos de desesperación, de amargura, rencor, odio, falta de sentido para su vida. No le hallan gracia, sabor, a la vida y por eso están con pensamientos de suicidio. ¡Quién mejor entonces que nosotros los cristianos para darles a ellos una pequeña chispa de esperanza, de alegría, de aliento, una pizca de sal! Nosotros que tenemos la seguridad de nuestra salvación, seguridad de la vida eterna, ¿no podemos darles a ellos algo de esperanza también? ¿No podemos contagiarlos también con nuestro gozo que tenemos? Cuando todo el mundo está deprimido, los cristianos deberíamos hacer la diferencia en su vida.
                   Pero para poder hacerlo, primero nuestra propia vida debe tener sabor. Y ese sabor lo puede producir únicamente la fe cristiana. El cristianismo es una relación personal, viva, íntima con Jesucristo. Solamente así puedes ser la sal del mundo.
                   Pero esta frase de Jesús tiene también una advertencia: Somos la sal. No es un deseo o la expresión de esperanza para el futuro, sino una declaración: somos sal. Pero, aunque somos sal, corremos el riesgo de perder nuestra salinidad: “…si la sal pierde su sabor” (v. 13 – RVC). La sal en tiempos de Jesús no era tan refinada y químicamente pura como hoy en día. Podía suceder que al humedecerse pierda su salinidad, dejando a otros minerales parecidos a la sal. También el creyente puede guardar las apariencias, pero ser insípido, sin sabor, y no cumplir su propósito. Y el que no cumple su propósito como cristiano, causa mucho daño a la iglesia y al testimonio cristiano. Los demás dirán: “¿Acaso este no es cristiano? Y miren lo que está haciendo. Escuchen las palabrotas que usa. Fíjense cómo engaña a los demás.” Parece cristiano, pero no lo es. Sal insípida, según las declaraciones de Jesús en este texto, ya no tiene ninguna utilidad, así como un cristiano insípido sólo es molestia y carga. La sal no puede recuperar su salinidad, pero —y aquí hay una nota positiva de esperanza— el cristiano sí lo puede, por la gracia y misericordia de Dios. ¿Cómo puede “purificar” su sal para que no esté más contaminada? Humillándose ante Dios, pidiéndole perdón, y pidiéndole que él restaure lo que nosotros hemos echado a perder.
                   Algo parecido sucede también con la segunda imagen que Jesús utiliza en este texto: “Ustedes son la luz de este mundo” (v. 14 – DHH). ¿Qué significa ser la “luz del mundo”? Al igual que la sal, la luz también tiene varios efectos o funciones. Veamos algunas:
                   a) Una luz es en primer lugar algo que se puede ver. Las casas en Palestina estaban muy oscuras. Como luces servían pequeñas lámparas de aceite que normalmente estaban puestas sobre un candelero. Mientras alguien estaba en casa, estas lamparitas tenían que estar en lo alto para alumbrar la casa. Sería absurdo encender una luz y esconderla debajo de un recipiente. Sería absurdo encender aquí todas las luces, y luego taparlas con telas gruesas para que nadie vea que están encendidas. ¿Para qué las encenderíamos entonces? La función de la luz no está en estar encendidas, sino en alumbrar, en esparcir su luz, en iluminar el ambiente.
                   Si Jesús dice que somos luz, significa que nuestra vida espiritual también debe ser visible. Alguien dijo que “no existe tal cosa como un 'cristiano clandestino'. O la clandestinidad pondrá en peligro al cristianismo, o el cristianismo hará imposible la clandestinidad.” ¿Qué quiere decir esto? Si yo trato de esconder que soy cristiano, si me quiero acomodar al estilo de vida del mundo como un camaleón se adapta al color que lo rodea, lentamente mi relación con Jesús se irá apagando hasta desaparecer del todo. O, por otro lado, si estoy muy enchufado con el Señor, amándolo y obedeciéndole de todo corazón, no podré esconder que soy cristiano, ni me interesará esconderlo. ¡Al contrario! Voy a querer que todo el mundo se dé cuenta y se sienta estimulado a serlo también. Así como es absurdo esconder una luz, así es absurdo esconder mi relación con Cristo, o tapar mi cristianismo con un manto de mal testimonio.
                   Un pastor visitó a uno de los jóvenes de la iglesia en el cuartel durante su servicio militar. Cuando el pastor mencionó una vez a Dios, el joven se acercó más y le dijo en voz baja: “Por favor, pastor, hable más despacio. Aquí nadie sabe todavía que yo soy cristiano.” Evidentemente no había entendido lo que significa ser luz.
                   La gente nos debe reconocer como cristianos al observar nuestro comportamiento con los vendedores del mercado, con los empleados o con los jefes; al observar nuestra conducta en el juego, al manejar el coche; al observar nuestra manera de hablar, lo que vemos en la tele o lo que leemos. “Si la luz está presente en nosotros, la verán los demás aun en los detalles menos importantes, aunque nosotros no consideremos estos detalles como ‘espirituales’. Pueden ser actividades tan rutinarias como contestar el teléfono, realizar un trámite en una oficina pública o manejar el automóvil. Quien anda en la luz verá que estas actividades son afectadas por la presencia de la luz en su vida.
                   Es por esto que Jesús señaló, de modo enfático, que una ciudad asentada sobre un monte no puede ser escondida. Resulta literalmente imposible que pase inadvertida por otros” (Christopher Shaw: “Dios en sandalias”).
                   Un profesor en un seminario preguntó a sus alumnos, por qué los vecinos de él le llamarían “cristiano”. Después de algún tiempo, uno de los alumnos le contestó: “Seguramente porque sus vecinos no lo conocen muy bien todavía.”
                   b) En segundo lugar, luces son indicadores o guías en el camino correcto. Las luces nos ayudan a no tropezarnos con cualquier cosa y encontrar el camino por donde andar. Hay puertos en algunos países con un acceso muy peligroso a causa de las enormes rocas debajo de la superficie del mar que podrían destruir por completo a cualquier nave. Por eso se pone a lo largo del canal de acceso boyas con luces o faros en la entrada que indican al capitán el camino correcto para llegar a puerto seguro, aun en medio de la oscuridad o la niebla.
                   O nuestra ruta nueva de Roque Alonso a Limpio. Cuando recién se había asfaltado, era a veces difícil de noche encontrar su carril correcto, porque todo estaba uniformemente negro y con muy poco alumbrado público. Pero cuando pintaron las rayas y señalizaciones en el asfalto, todo cambió. Si bien no tienen luz propia, reflejan la luz del auto y son guías muy buenos para saber por dónde uno tiene que andar.
                   De igual forma, los cristianos debemos mostrar claramente el camino al Padre. La gente, en su desesperación por encontrar algo que les solucione su vacío interior, prueba cualquier cosa: alcohol, fiestas, sexo, drogas, satanismo, etc. Ellos necesitan a algún cristiano que les diga: “No señor. Esto no te va a ayudar. Vení, por acá va el camino.” O sea, necesitan a personas que pueden ser indicadores de lo bueno.
                   Como cristianos somos guías, sea por nuestro testimonio y ejemplo o también por nuestras palabras. Debemos ser puntos de orientación acerca de lo bueno que debemos hacer. Muchas veces en un grupo de personas se hacen planes que todos sienten que no son los correctos, pero nadie se atreve a objetar nada. Pero si uno se levanta y toma postura clara en contra del error, en seguida varios otros más se unirán a él. Así debemos ser en este mundo: señalar lo correcto. Muchas veces, la mejor manera de combatir un error es defender lo correcto. Cuando voy en ataque frontal contra el error, por ejemplo, la ahora tan famosa ideología de género, puede ser que logre más resistencia que resultados favorables. Las personas que defienden otro punto de vista que nosotros, se sienten atacados personalmente por nuestra postura. Pero si, en vez de atacar posturas equivocadas pongo en alto lo que la Biblia enseña, los demás no se sentirán atacados personalmente sino más bien impulsados a seguir esas directrices que nos da la Palabra de Dios y a dejar su vida en el error. Sin embargo, hay situaciones, en que sí claramente debemos oponernos contundentemente al error que se quiere implantar. Eso está muy claro. Pero en todo momento debemos ser consecuentes con nuestra convicción cristiana, aun cuando todos los demás estén en contra. No podemos permitir que nuestra luz se empañe o incluso se apague y deje de mostrar el camino.
                   c) Luces también pueden ser luces de advertencia. La luz roja del semáforo, por ejemplo, es una luz que nos advierte ante los peligros que corremos cuando seguimos la marcha y cruzamos la calle en rojo. Como cristianos, también necesitamos ser luces de advertencia. Muchas personas se metieron en grandes líos porque no hubo nadie quien los advierta de esto.
                   Pero ojo: los cristianos que son luces de advertencia, frecuentemente no son muy queridos entre los que quieren cruzar la luz roja. Una canción dice: “Alguna gente encuentra a los cristianos en lugares donde no quisiera encontrarlos. Pero ellos están ahí para cumplir la función que Dios les encargó.” Y esa función es justamente la de advertir a la gente. La reacción de las personas a nuestra advertencia ya es responsabilidad exclusiva de ellas, pero la nuestra es la de haberle mostrado las consecuencias que puede tener una mala decisión. De esa responsabilidad nos damos cuenta a más tardar cuando viene una persona y nos dice: “Si tú me hubieras advertido a tiempo, no estaría ahora en este lío.”
                   ¿Y cuál es el propósito que menciona Cristo acá de ser sal y luz (v.16)? Debemos serlo para que la gente vea nuestras buenas obras y diga: “¡Qué buen tipo que eres!” – ¿o no? No, el texto no dice nada de glorificarse a sí mismo. Es como si la luna se jactara de su brillo en una noche de luna llena. Nosotros no nos merecemos ninguna alabanza por ser sal y luz, porque simplemente cumplimos lo que sí o sí es nuestro deber. Lo hacemos para que Dios sea glorificado. Nuestra luz brilla a través de nuestro comportamiento, que incluye acciones, actitudes y palabras. Estos deben mostrarle al mundo de que Cristo vive en nosotros. Debemos estar tan llenos de Cristo, que cuando un mosquito nos pica, salga cantando: “Hay poder en la sangre de Cristo…”
                   Nuestro gato había cazado una vez una cigarra. La tenía en su boca, pero no la había matado todavía. Cada vez que el gato abría su boca como para masticarla, se escuchaba su sonido de la cigarra. Así debería escucharse la voz de Cristo cada vez que nosotros abrimos nuestra boca, no porque lo estamos comiendo, sino porque él vive en nosotros. Esto llevará a que la gente admire a Cristo dentro de nosotros, no a nosotros como sus simples portadores.
                   Somos la sal y la luz del mundo. Déjenme decirlo con un énfasis diferente: somos la sal y la luz del mundo, no de la iglesia. Ambas imágenes, la sal y la luz, sólo tienen sentido en el mundo podrido y oscuro. Es ahí que se necesita de estos elementos. Es ahí que se necesita de tu presencia como cristiano. Ponerle sal a una comida ya salada hace que sea desagradable o incluso incomible. Encender una luz donde ya hay luz, es un gasto innecesario. Durante el día, cuando hay un sol radiante, a nadie se le ocurriría buscarse una linterna para irse a la despensa. Pero sí cuando vamos de noche por una calle sin alumbrado público, ¡cuánto uno llega a desear tener consigo alguna fuente de luz! En la iglesia están todos los cristianos con sus luces juntos y es fácil ser luz ahí. Pero donde realmente se necesita de una luz, es en la oscuridad del pecado, en el mundo. La iglesia reunida en un lugar no es tan efectiva que la iglesia esparcida en todo el barrio o sociedad. Tenemos esta responsabilidad para con nuestra sociedad de brillar con nuestro testimonio en la vida de los demás. Y verdaderamente no hay nada más opuesto y radicalmente diferente que la luz y la oscuridad. Así el cristiano debe ser diferente a la sociedad no cristiana que le rodea.
                   Pero fíjense que tanto la sal como la luz no tienen que hacer ningún esfuerzo adicional para serlo. Cuando la sal se mezcla con la comida, no sucede ningún proceso químico que le da el sabor salado. Ya lo tenía antes de ser echado a la olla donde se cocina la comida. Quiere decir, que como cristianos, por el simple hecho de tener al Espíritu Santo en nosotros, ya ejercemos una influencia sobre nuestro entorno. En lo espiritual suceden cosas que ni nosotros podemos notar. Claro, si se nos presenta la oportunidad de hablar de Cristo o de hacer algo especial, lo debemos hacer. Pero nuestra influencia positiva en la sociedad no depende únicamente de actos o programas especiales. Somos sal, somos luz por el simple hecho de tener a Cristo viviendo en nosotros y vivir en medio de la gente.
                   ¿Cómo estamos en nuestra función salínica y lumínica? No sé cómo resulta tu autoexamen. Hay sin dudas muchos de ustedes que están ejerciendo esta función lo mejor que pueden. Por supuesto que nadie es perfecto, pero ahí están luchando por mantener en alto el testimonio de Cristo en sus vidas.
                   Hay probablemente también aquellos que tienen que admitir que estuvieron alguna vez bien salados y luminosos, pero que han perdido su salinidad, y su luz la han recubierto de algo que no permite que brille hacia los demás.
                   Y quizás haya también aquellos que dicen: “Nunca lo he sido todavía, pero me gustaría llegar a ser una persona con estas características que estás describiendo. ¿Cómo lo hago?” Tanto los que perdieron su función y la quisieran volver a recuperar, como los que por primera vez quieran experimentar esto, fíjense en lo siguiente: Jesús dijo una vez de sí mismo exactamente lo que pidió ahora de nosotros también: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12). Si ahora nos da el encargo de también ser la luz del mundo, nos está diciendo que debemos llegar a ser como él; y que podemos serlo solamente en la medida que él gobierna nuestras vidas. Si vivimos en íntima comunión con él, reflejaremos su luz. Nosotros no tenemos ninguna luz propia con que brillar. Por eso él no dijo que produzcamos luz o sal, sino que lo seamos. ¿Qué puedes hacer entonces? Admití que no puedes salar y brillar por ti mismo, sino que necesitas de la gracia y misericordia de Dios. Es más, desde nacimiento estamos tan contaminados y cubiertos del lodo del pecado, que es imposible servir como sal o que se vea nuestra luz. Debemos dejar que Cristo nos limpie primero. Él lo puede hacer porque él murió por nosotros para pagar y eliminar del mundo a todo nuestro pecado. Debes creer y aceptar esto, y pedirle que te perdone. Así estarás en condiciones de ser sal y luz con su ayuda en el lugar donde te toca estar. ¿Alguien está decidido de tomar este paso esta noche, aquí mismo? Ora entonces conmigo. Repite en voz baja esta oración:

                   “Jesús, he reconocido que mi función como sal y como luz ha sido anulada por el pecado en mi vida. Confieso ante ti mis equivocaciones y te pido que en tu gracia y misericordia me perdones, me limpies y me restaures a la función para la cual tú me has creado. Lléname de tu Espíritu Santo, y ayúdame a vivir cada día de la manera que tú deseas para mí. Fortaléceme, para que yo nunca caiga de este nivel de vida al que me elevas con tu perdón, aceptándome como miembro de tu familia. Tú eres ahora mi Señor y mi Salvador, y te quiero servir toda mi vida. Te alabo y te bendigo. Amén.”