Frente al templo de la iglesia de
Costa Azul hay dos plantas de guayaba. Cada domingo después del culto parecen
ser árboles de Navidad con los niños colgados por todos lados como adornos.
Pero en tiempo de frutas me da tanta pena ver a los chicos arrancar las
pequeñas frutitas todavía totalmente verdes e incomibles. No solamente no los
pueden disfrutar, sino que los echan a perder. Una fruta verde normalmente no
sirve para nada.
Comparo ahora el reino de Dios con
un árbol de guayaba. Nosotros como sus hijos somos las guayabitas diseminadas
por toda la planta. El Señor se está paseando, mirando con emoción y
expectativa estas frutas. Hay algunas recién formándose, otras ya en pleno
desarrollo, y también aquellas que han alcanzado la plena madurez y deleitan al
Creador. Pero todas las guayabas que no maduraron todavía, por el momento no
sirven todavía para el deleite del Señor. Nuestro máximo anhelo como hijos de
Dios, como guayabitas en su árbol, es —¡o debería ser!— estar para el deleite
de nuestro Dios. ¿Pero lo somos? Los que conocemos las guayabas, sabemos a
primera vista si una fruta está madura o todavía no. Pero entre los cristianos
cuesta bastante más distinguir entre una persona madura y otra todavía en
desarrollo. Y lo lindo es que no necesitamos definir quién es maduro y quién es
inmaduro. De esta evaluación se encargará el Señor – aunque demasiadas veces sí
hacemos juicios acerca de la inmadurez de otros – probablemente la señal más
sobresaliente de nuestra propia inmadurez. Es que, al hacer esta “evaluación”
siempre nos tomamos a nosotros mismos como ejemplo de una persona madura.
Cuanto más se parecen las otras personas a nosotros, tanto más cerca están del
nivel óptimo de madurez. Y tan engreídos estamos que no nos damos cuenta de que
de verde pasamos a podridos; que estamos lejísimo de ser un ejemplo para otros
– a no ser un ejemplo como no se debe ser.
La primera carta a los corintios nos
da una regla correcta para medir el grado de madurez ¡no de mi hermano(a), sino
de mí mismo! Yo, como guayaba del Señor, ¿qué tal está mi madurez? Este es un
tema en el cual no sirve pensar: ‘¡Ay, qué pena que no está fulano hoy en el
culto! Esta prédica sería justo para él.’ O para dar codazos al cónyuge:
“¿Escuchaste?” Esta prédica es justo para… el que la está escuchando (¡y
dando!).
La primera característica de una
guayaba cristiana madura encontramos en los primeros dos versículos del
capítulo 3.
F1 Co 3.1-2
1.) Un cristiano maduro soporta enseñanza
fuerte. Puede sorprender esta frase. ¿Acaso hay en la Biblia
“enseñanzas fuertes”? ¿Acaso no es todo amor y misericordia? Bueno, no todo. La
Biblia contiene una infinidad de temas y enseñanzas, y no todas las personas
están en condiciones de recibirlos. Este mismo texto de hoy podría ser
demasiado fuerte para algunos y causar molestias. Pero es Palabra de Dios, y
como tal debe ser enseñada y predicada.
Muchas personas, por ejemplo, no
aguantan ser reprendidos o exhortados. Ante un “No”, se comportan como
criaturas: lloran, gritan, zapatean, se tiran en el piso, etc. Y no crean que
esto no sucede entre personas adultas. Quizás son manifestaciones más
“sofisticadas” como picharse por todo y por nada, salirse de un grupo WhatsApp
cuando uno se siente ofendido, mostrar un espíritu de crítica, falta de
sujeción a las autoridades, etc. Son manifestaciones de personas que no
soportan que alguien les contradiga o vaya en contra de lo que ellos quieren. A
Jesús le pasó lo mismo con muchos así llamados “discípulos”, pero que eran
meros acompañantes de él sin ser seguidores de él. En un momento, ante
sus enseñanzas, ellos dieron media vuelta y se salieron del grupo WhatsApp
“discípulos de Jesús”. Dice la Biblia: “Al
oír esto, muchos de los que seguían a Jesús dijeron: — Esta enseñanza es
inadmisible. ¿Quién puede aceptarla? … Desde entonces, muchos discípulos suyos
se volvieron atrás y ya no andaban con él” (Jn 6.60, 66 – BLPH). ¡Menos mal
que eso ocurrió en tiempos de Jesús! Hoy ya estamos tanto más avanzados que ya
no reaccionamos más de manera tan infantil…
Pero los corintios sí tuvieron
todavía este problema. Por eso, Pablo dice que él no les pudo dar todavía
comida sólida, es decir, enseñanzas más exigentes y sofisticadas. Solamente les
pudo repetir una y otra vez lo básico de la vida cristiana, dejando tantos
otros temas sin tocar: “…no pude
hablarles como a espirituales, sino como a carnales, como a bebés en Cristo. Las
enseñanzas que les di fueron como leche porque todavía no podían comer nada
sólido…” (v. 1 – NBLH/PDT). Esta ilustración de Pablo es muy comprensible
para los que somos padres o los que ayudan a cuidar a hermanitos pequeños. Si
alguien ha estado alguna vez para un asado en casa de Carlos y Celeste, sabe lo
que significa que Carlos haga asado. Supongamos que una pareja con su bebé de 5
meses está invitada para comer asado en la casa de Carlos. Entonces la madre
dice: “Bueno, si a mí me hace bien esta comida, entonces la voy a dar también a
mi bebé.” ¡Lo mata! Un bebé está en un estado de desarrollo totalmente distinto
al estado de un adulto, y con requerimientos muy diferentes. Darle asado a un
bebé es tan dañino como si nosotros nos alimentáramos todo el día sólo con
Nestum y leche. Pero en una familia hay pues personas de diferentes edades y
grados de madurez física, y hay que proveerle a cada uno según su situación.
En la familia espiritual sucede
exactamente lo mismo. Es natural que en una iglesia haya cristianos de todas
las “edades” de vida espiritual, porque algunos se han convertido a Cristo
recién no más, y otros ya llevan bastante tiempo como cristianos. Lo que no es normal es que los que ya llevan
años en la vida cristiana se comporten como criaturas. Si bien Jesús dijo que
debemos ser como niños, en el sentido
de confiar incondicionalmente, no quiso decir que debemos comportarnos como niños.
Recuerdo que hace muchos años había
en una iglesia una familia en la que se había invertido mucho tiempo y
esfuerzo, tratando de ayudarles a crecer, pero sin mucho éxito. Uno de los
líderes de la iglesia encabezaba una reunión casera en la casa de ellos. Un día
se le acabó la paciencia y le dijo a esa familia: “Ustedes ya deberían estar
creciditos espiritualmente. Deberían estar ya en condiciones de dirigir ustedes
una reunión casera. Pero siguen comportándose como niños. Necesitan todavía que
se les tome de la manito y les indique pasito a pasito qué hacer.” Es triste
ver casos así. Pero a la inversa, da mucho ánimo al ver a personas que han
tenido sus tropiezos, pero ahora siguen firmes en el camino, buscando a Dios
por sobre todas las cosas, estudiando su Palabra, cultivando la devoción en la
familia, apasionados por el Señor. Esa es una guayaba que está haciendo pasos
firmes hacia la madurez. Le podés enseñar cualquier tema, y lo va a aceptar. Si
a veces viene una reprensión, bajará la cabeza y dirá: “¡Ay, eso dolió! ¡Sí,
Señor! Tienes razón, yo me equivoqué. Por favor, perdóname. Y dame la firmeza
para no volver a cometer ese mismo error.” Y se queda aferrada del Señor contra
vientos y marea.
¿Tienes estas características en tu
vida? ¡Felicidades, estás en buen camino! Sigue adelante, creciendo para la
honra y gloria del Señor, desarrollándote en una guayaba sabrosísima para Dios.
F1 Co 3.3-4
2.) Un cristiano maduro cultiva sanas
relaciones interpersonales. Pablo critica la tremenda inmadurez de los
corintios. Lastimosamente no existía todavía cuando eso la IEB Parque del Norte
para que Pablo la ponga de ejemplo a los corintios para mostrarles cómo se vive
la vida cristiana… En el caso de los corintios, su inmadurez se evidenciaba en
los celos, las envidias, peleas y discordias. Se formaban grupos enfrentados
dentro de la iglesia: algunos eran del partido de Pablo, otros del de Apolos. Y
si volvemos al capítulo 1, vemos que, además, había en Corinto el partido de
Cefas y el de Cristo. Es normal, y diría hasta inevitable, que en una iglesia
haya personas que tengan mejor química con uno que con otro. Por decir, a los
de ustedes que por ejemplo se convirtieron o se bautizaron con el pastor Ceferino,
los unirá un lazo más especial a él que a cualquiera de los demás pastores.
Otros experimentarán esto mismo con el pastor Juan, otros con el pastor David.
Y está bien que sea así. Pero no puede llegar a lo que Pablo critica aquí: a
rivalidades y enfrentamientos. Cuando se arman grupos intolerantes en una
sociedad o iglesia, muestran no más su egoísmo y su inmadurez. Cristo y el
Espíritu Santo siempre buscarán la unidad de la iglesia, jamás la división. En
la última voluntad de Cristo, expresada en su oración sacerdotal poco antes de
su muerte, él ruega reiteradas veces al Padre por la unidad de todos sus
seguidores: “Te pido que todos ellos
estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén
en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Les he dado la misma
gloria que tú me diste, para que sean una sola cosa, así como tú y yo somos una
sola cosa: yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno, y
que así el mundo pueda darse cuenta de que tú me enviaste, y que los amas como
me amas a mí” (Jn 17.21-23 – DHH). Cristo quiere la unidad de su iglesia y
estuvo dispuesto a dar su vida para que esto pueda ser posible. Y será esa
unidad la que tendrá efectos evangelísticos que invitarán a los vecinos a
entrar también en este camino en pos de Cristo. Cualquier división en la
iglesia o también cualquier rompimiento de relaciones interpersonales siempre
proviene del enemigo de Dios que gobierna sobre los poderes de las tinieblas.
Él no tiene otra intención que robar, matar y destruir (Jn 10.10). Así también,
el que está dominado por el Espíritu de Dios buscará en todo momento la unidad
entre hermanos y como iglesia.
Pablo dice que este comportamiento
de celos y rivalidades es muestra clara de que son personas totalmente
carnales, “…que todavía no han crecido
espiritualmente y que actúan como cualquier otro del mundo” (v. 3 – PDT), “…que no han superado el nivel puramente
humano” (BLPH), “…que los guían los
bajos instintos y que proceden como gente cualquiera” (NBE). ¡Sabe pegar
fuerte ese Pablo! Eso sí que ya no es leche…
Pero así de fuerte es también un
comentario que encontré al respecto: “¿Qué es lo que hay en su vida y conducta [de
los corintios] que hace que Pablo les dirija esta reprensión? Son sus
partidismos, peleas y grupitos. Esto es sumamente significativo, porque quiere
decir que se puede saber cómo está la relación de una persona con Dios viendo
su relación con sus semejantes. Si nunca está de acuerdo con nadie, si siempre
está peleándose y discutiendo con los demás y creando problemas, puede que
asista regularmente a la iglesia y hasta que tenga algún cargo en ella, pero no
es un hombre de Dios. Sin embargo, si uno se lleva bien con los demás y sus
relaciones con ellos están inspiradas en el amor y la unidad y la concordia,
entonces lleva camino de ser un hombre de Dios” (Barclay).
En una iglesia había constantes
peleas entre algunas hermanas. Eran el quebranto del pastor, porque no había
forma de que dejen su actitud rencillosa. Una hermana una vez dijo: “Pero con
el Señor yo estoy bien.” Según lo que Pablo dice aquí, y lo que dice también
ese comentarista, es imposible separar nuestra relación con el Señor de nuestra
relación con el prójimo. El que ama profundamente al Señor y cultiva una
relación de máxima intimidad con él no puede estar en discordia con otra
persona, creada a la imagen de Dios.
¿Qué tal las guayabas de Parque del
Norte? ¿Son ante la sociedad un símbolo de unidad o preferirían tener cada uno
su propia rama donde desarrollarse?
F1 Co 3.5-9
3.) Un cristiano maduro construye (edifica)
la iglesia de Dios. ¿Cuál es el trasfondo de las divisiones y las
discordias que habíamos visto recién? En el fondo está la postura intransigente
que dice: “No me junto con fulano porque él es diferente que yo” (actúa
diferente, piensa diferente, cree diferente; es de otro partido o de otro club
y no podemos congeniar). ¿Cuál era la actitud de Pablo y Apolos? “Me junto con
Apolos (me junto con Pablo) porque él es diferente que yo” (él tiene dones que
a mí me faltan y me puede complementar de manera tan maravillosa). ¿Y cuál es
el resultado de ambas posturas? Donde hay división, nadie hace nada. O si hace
algo, es por motivos egoístas para demostrar que uno es mejor que los del otro
grupo, desarrollando una especie de “barra brava” en cada sector opuesto del
estadio de la iglesia. Pero donde hay unidad y complementación, la obra
progresa sostenidamente para honra y gloria de Dios. Pablo dice: “Después de todo, ¿quién es Apolo, quién es
Pablo? Simples servidores, por medio de los cuales ustedes han creído…” (v.
5 – BPD). Es decir, ninguno de los dos se consideraba la estrella de la obra de
Dios, sino simples servidores de Dios y colaboradores uno del otro. Un
cristiano maduro construye la iglesia de Dios, no su propio monumento. Nadie es
estrella en la iglesia, sino sólo el dueño de la obra: Cristo Jesús. Nadie es
estrella, sino todos son miembros del equipo cuyo comandante es Dios. Uno
planta, otro riega, pero de Dios depende el crecimiento.
Vi una vez una caricatura de un
mueble para la Santa Cena que una familia había donado a la iglesia. Por el
mueble decía: “En memoria de mí”, y más abajo en grandes letras: “Donado por la
familia fulana de tal.” La duda que quedaba era en memoria de quién se había
donado ese mueble. Esto sucede cuando uno quiere construir monumentos en vez de
iglesia.
Pablo y Apolos podían trabajar en
equipo, porque no trabajaban en un proyecto personal ni estaban enfocados sólo
en su área de trabajo en particular. Uno planta, otro riega, pero ambos
cultivan el jardín de Dios. Sin nadie que plante o sin nadie que riegue,
ninguna guayaba va a crecer. Es decir, el proyecto no era plantar algo o regar
algo, sino ambas actividades eran parte de un proyecto mucho más grande:
cultivar el jardín de Dios, edificar la iglesia de Cristo – o en palabras de
Pablo: “…ustedes son el campo de cultivo
de Dios, son el edificio de Dios” (v. 9 – RVC).
En una obra de construcción
gigantesca había tres trabajadores. Se le preguntó al primero qué estaba
haciendo, y él contestó: “Estoy haciendo mezcla.” Al segundo se le preguntó lo
mismo, y él contestó: “Estoy levantando una pared.” Cuando se le preguntó al
tercero, se le brillaron los ojos: “Estoy construyendo una catedral.” Este
último sí tenía en miras el proyecto total y se veía a sí mismo como un
colaborador más dentro de la gran obra. Los demás estaban concentrados sólo en
su propio proyecto personal que, si bien era parte del proyecto general, lo
hacían sin visión y sin entusiasmo. ¡Y pobre si a otro se le hubiera ocurrido
hacer mezcla también en el mismo lugar y levantar la misma pared! ¡Señor pelea
hubiera estallado!
Pablo dice: “Ni el que planta ni el que riega valen algo, sino Dios, que hace
crecer” (v. 7 – BPD). Por lo tanto, “tanto
el que siembra como el que riega son iguales” (v. 8 – RVC): son
colaboradores uno del otro en una obra grande cuyo Arquitecto es el Señor
Jesucristo. Y “cada uno recibirá su
salario de acuerdo con el trabajo que haya realizado” (v. 8 – BPD).
¿Estás cultivando el campo de Dios o
tu propia planta de guayaba? ¿Cuál es la visión, la motivación y el objetivo de
tu trabajo en la iglesia? ¿Es para glorificar a Dios y edificar su obra o es
para cosechar para ti mismo de esa gloria que le pertenece a Dios? Si dices que
estás cultivando el campo de Dios, entonces no te tiene que preocupar la obra
del otro, porque cada uno es responsable ante Dios por sí mismo. Cuando Jesús
le dio una vez un encargo a Pedro, éste se fijó en Juan y le preguntó a Jesús
qué sería de él. Jesús le dio una respuesta bastante dura: “Si yo quiero que él viva hasta que yo regrese, ¿qué te importa a ti? Tú sígueme” (Jn 21.22 – TLA). Ya
que cada uno dará cuentas ante el Señor de su actitud y su trabajo en la obra
de Dios, yo no necesito evaluarlo a él, y estoy libre de colaborar con él
hombro a hombro, juntos edificando la iglesia de Cristo.
3 características de una guayaba
espiritual madura:
1.) Un cristiano
maduro soporta enseñanza fuerte.
2.) Un cristiano
maduro cultiva sanas relaciones interpersonales
3.) Un cristiano
maduro construye (edifica) la iglesia de Dios.
¿Qué nota te das en estas tres
preguntas? ¿En qué estado de desarrollo estás como guayaba del Señor? ¿Ya estás
para su deleite o todavía en etapa de desarrollo o de repente recién en etapa
de flor? Es responsabilidad de cada uno examinarse ante el Señor. Hacele esa
pregunta: “Señor, ¿en qué estado estoy? ¿Ya soy para tu deleite o todavía?”
Preguntale. Y luego guarda silencio y presta atención a los pensamientos que él
te va a poner en tu mente. Y cuando hayas recibido la respuesta, hacele la
segunda pregunta: “¿Y qué quieres que yo haga ahora para que pueda deleitarte
más?” Ahí te convendrá tener a mano algo para escribir para anotar todas las
ideas e instrucciones que el Señor te va a dar. Vamos a orar ahora. Vamos
tomarnos un tiempo para hacerle al
Señor estas dos preguntas: ¿En qué estado estoy? Y luego: ¿Qué quieres que yo
haga? Será como un ensayo, porque lo más importante sucederá en tu casa en tu
intimidad privada con el Señor. ¡Pero hágalo!