Buenos días, estimados hermanos.
¡Qué gran privilegio es para mí poder estar hoy con ustedes! Muchas gracias por
la invitación. Y mayor aún es el honor para mí que me hayan invitado a su
aniversario como iglesia. Así por lo menos entiendo que hoy es su aniversario,
¿no? Es más, no solamente es el aniversario de esta iglesia, sino de todas las
iglesias cristianas. Hoy es Pentecostés, y durante la primera fiesta de
Pentecostés después de la muerte, resurrección y ascensión de Cristo fue
derramado el Espíritu Santo y se fundó la Iglesia cristiana. Así que, por ser
parte de la Iglesia universal, ustedes cumplen hoy un año más de vida, al igual
que la iglesia de Costa Azul y todas las demás iglesias.
¿Pero qué es eso de Pentecostés?
¿Cuál es su significado o su importancia? No les voy a relatar hoy lo que
sucedió en aquel Pentecostés. Eso lo pueden leer en el capítulo 2 de Hechos.
Más bien quiero hablar hoy de lo que sucedió en consecuencia a ese Pentecostés.
Lo central de aquella fiesta fue el derramamiento del Espíritu Santo. Hasta ese
entonces, desde Adán y Eva, el Espíritu de Dios posaba sólo sobre algunas
figuras cruciales, generalmente líderes del pueblo hebreo, y únicamente para
momentos de desafíos especiales. Pero en el Pentecostés descrito en el capítulo
2 de Hechos, el Espíritu Santo fue dado a cada hijo de Dios para que viva
permanentemente dentro de él. ¿Qué
hace ahora en nosotros el Espíritu Santo? ¿Cuáles son sus efectos en nosotros y
en el mundo? ¿Qué es diferente hoy con el
Espíritu Santo de lo que hubiera sido sin
él? Vamos a ver unos cuantos pasajes de la Biblia que pretenden contestar en
algo estas preguntas. El Espíritu Santo es demasiado grande como para captarlo
con nuestra mente. Pero podemos ver algunas de sus manifestaciones reflejados
en los siguientes textos bíblicos. Y hay muchos más que no nos da el tiempo de
mencionarlos. Estos textos los voy citando en el orden de los libros del NT en
que aparecen las citas, no según importancia, porque todos los efectos son
importantes.
1.) El Espíritu Santo hablará a través de
nosotros cuando somos confrontados por nuestra fe (Mt 10.19-20; Mc 13.11)
Jesús les había advertido a sus
discípulos de que sufrirían persecución a causa del evangelio. A muchos esto
les podría preocupar y hasta dar miedo, ya que no sabrían cómo defenderse en
medio de esta tensión y opresión. Tampoco no habría forma de prepararse con
argumentos bien pensados, ya que nunca se sabría qué acusaciones presentarían
contra ellos o cuál punto específico sería el motivo de discusión. Pero Jesús
le quita todo fundamento al temor al decirles: “…cuando los entreguen a las autoridades, no se preocupen ustedes por
lo que han de decir o cómo han de decirlo, porque cuando les llegue el momento
de hablar, Dios les dará las palabras. Pues no serán ustedes quienes hablen,
sino que el Espíritu de su Padre hablará por ustedes” (Mt 10.19-20 – DHH).
El Espíritu Santo es en estos momentos mucho más eficiente que los auriculares
de los presentadores de televisión. Como a los dueños de los canales les
importa del(a) presentador(a) más la pinta que sus capacidades, los jefes de
prensa o de programación ponen cualquier figura bonita ante la cámara para que
hable todo lo que ellos le dictan por un micrófono conectado a su auricular. El
Espíritu Santo nos da convicciones que podemos expresar, de modo que después
decimos: “No sé de dónde me salió eso, pero le dije esto y aquello…”
Hoy quizás no somos perseguidos por
nuestra fe, pero sí se dan muchas situaciones en que la gente se burla de
nosotros o nos desafía con preguntas difíciles o malintencionadas. Es en ese
momento que no debemos preocuparnos por lo que vamos a decir, porque el
Espíritu Santo nos va a guiar. Claro, requisito es reconocer su voz. Y eso sólo
se aprende en intimidad con Dios. Pasa tiempo cada día en lectura, meditación y
oración, y tendrás un oído cada vez más sensible a su voz.
2.) El Espíritu Santo es fundamental en
nuestra conversión (Jn 3.5-6; Ro 8.9, 14, 16; Ef 1.13)
Como veremos más adelante, el
Espíritu Santo nos tiene que revelar nuestro verdadero estado espiritual
delante de Dios. Cuando esto sucede, somos impulsados a buscar la gracia y
misericordia de Dios y su perdón. Esto es lo que la Biblia llama “el nuevo
nacimiento”. Jesús le dijo a Nicodemo: “Te
aseguro que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino
de Dios. Lo que nace de padres humanos, es humano; lo que nace del Espíritu, es
espíritu” (Jn 3.5-6 – DHH). Para llegar a ser seres espirituales,
necesariamente lo tiene que hacer el Espíritu Santo en nosotros. En la carta a
los romanos, Pablo también afirma que únicamente a través del Espíritu Santo
podemos pertenecer al cuerpo de Cristo: “…ustedes
no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el
Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo,
no es de Cristo. … Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son
hijos de Dios. … El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos
hijos de Dios” (Ro 8.9, 14, 16 – NVI). Así que, gracias a que Dios derramó
su Espíritu Santo, nosotros ahora podemos ser salvos y pertenecer a su familia
y a su iglesia. Pero el Espíritu Santo no es sólo el causante de nuestra
conversión, sino también el sello de propiedad que el Padre puso sobre nosotros
en el momento de aceptar a Cristo como nuestro Señor y Salvador. Pablo escribe
a los Efesios: “…al creer en Cristo han
sido sellados con el Espíritu Santo prometido” (Ef 1.13 – BLPH). Así que,
¡gloria a Dios por su Espíritu que nos ha dado!
3.) El Espíritu Santo es nuestro Defensor /
Consolador (Jn 14.16-17)
Jesús dijo: “…yo rogaré al Padre, y él les dará otro Consolador, para que esté con
ustedes para siempre: es decir, el Espíritu de verdad, al cual el mundo no
puede recibir porque no lo ve, ni lo conoce; pero ustedes lo conocen, porque
permanece con ustedes, y estará en ustedes” (Jn 14.16-17). Otra forma de
traducir el término que aquí aparece como “consolador” es “abogado”,
“consejero”, “defensor”, “protector”, “abogado defensor”. Esta variedad de
traducciones que admite este término en griego nos da una idea del gran abanico
de funciones que el Espíritu Santo cumple en nuestras vidas: dar orientación,
brindar consuelo, proteger. En cualquier situación en que te encuentres en la
vida, siempre el Espíritu Santo estará a tu lado y te dará la ayuda que
precises para ese instante. Puedes abandonarte en las manos del Padre con toda
tranquilidad y confianza, y él te dará lo que más necesites en ese momento. ¿No
crees que con esto en tu mente y corazón podrás pasar mucho más relajado por
esta semana? No tenés que preocuparte por nada, porque tus preocupaciones sólo
logran aumentar más tu problema en vez de solucionarlo. Dejá que el Espíritu
Santo haga su obra.
4.) El Espíritu Santo nos enseña y nos
recuerda lo ya enseñado (Jn 14.26; Jn 16.13)
Jesús les dijo a sus discípulos: “…el Defensor, el Espíritu Santo que el
Padre va a enviar en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará
todo lo que yo les he dicho” (Jn 14.26 – DHH). Como dije, eso fue dicho a
los discípulos, que habían escuchado
“en vivo y en directo” todas las enseñanzas de Jesús. Para nosotros hoy, esas
enseñanzas de Jesús están registradas en la Biblia. La función del Espíritu
Santo es, entonces, enseñarnos o interpretarnos la Palabra de Dios. Sin su
ayuda, jamás entenderíamos lo que está escrita en ella. Por eso, cada vez que
abrimos la Biblia, debemos someternos conscientemente a la guía del Espíritu
Santo para poder entender lo que ella nos quiere enseñar en nuestra situación
particular en que estamos.
Pero Jesús menciona aquí otra
función más, aparte de la de enseñar. Es la de recordar. Nuestra mente es muy
tipo colador, y rápidamente se pierde en el subconsciente lo que alguna vez ya
habíamos entendido. Ahí es la función del Espíritu Santo de desempolvar otra
vez esa enseñanza cuando necesitemos de ella.
Pero aquí hay un problema. O, mejor
dicho, hay algo que debemos tener en cuenta. La palabra “recordar” significa
traer de vuelta a la memoria lo que se ha perdido. Pregunto: ¿podrá el Espíritu
Santo traernos a la memoria algo que nunca estuvo en ella? Si nos hemos llenado
la cabeza y el corazón con los principios bíblicos, y estos por alguna razón se
han perdido de nuestra memoria de corto plazo, el Espíritu Santo los puede
reactivar otra vez cuando sea necesario. Pero él no puede recordarnos de algo
que nunca supimos. Claro, Jesús lo dijo así que el Espíritu Santo nos
recordaría todo lo que él había enseñado. Pero era porque sus discípulos habían
escuchado toda su enseñanza. Estaba por ahí oculto en alguna parte de su disco
duro. Nosotros necesitamos primero alimentar la mente con todo. Y cada vez que
volvemos a leer un pasaje, el Espíritu Santo revisa nuestros archivos pasados,
buscando algún dato que ya habíamos grabado respecto a este pasaje. Lo vuelve a
traer a la memoria para combinarla con otras nuevas interpretaciones y
enseñanzas que él nos dará, y aumentar así nuestro conocimiento para ponerlo en
práctica de ahí en adelante. ¿Querés que el Espíritu Santo te recuerde todas
las cosas que enseñó Jesús? Lee la Biblia. Así de sencillo.
5.) El Espíritu Santo convence al mundo de pecado, de
justicia y de juicio (Jn 16.8 ss.)
La Biblia describe esta función en
las siguientes palabras: “Cuando él
venga, mostrará claramente a la gente del mundo quién es pecador, quién es
inocente, y quién recibe el juicio de Dios. Quién es pecador: el que no cree en
mí; quién es inocente: yo, que voy al Padre, y ustedes ya no me verán; quién
recibe el juicio de Dios: el que gobierna este mundo, que ya ha sido condenado”
(Jn 16.8-11 – DHH). A esa convicción de pecado producida por el Espíritu Santo
me referí hace instantes. Nosotros tenemos la tarea de hablarle a la gente de
la perdición a causa de nuestros pecados, de la salvación en Cristo, etc., pero
no los podemos convertir a Cristo. Esto sólo lo puede hacer el Espíritu Santo.
Y esa convicción de pecado él la tiene que producir también en nosotros una y
otra vez. Permitamos que nos moleste la conciencia de vez en cuando, porque es
una herramienta muy apreciada del Espíritu Santo para mostrarnos nuestras
equivocaciones y pecados.
6.) El Espíritu Santo señala a Jesús (Jn
16.14; 15.26)
Jesús sigue diciendo: “Él mostrará mi gloria, porque recibirá de
lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes” (Jn 16.14 – DHH). En otra
parte dice del Espíritu Santo que “él
dará testimonio acerca de mí” (Jn 15.26 – RVC). Es decir, el Espíritu Santo
siempre señalará a Cristo, nunca a sí mismo. Él calladito hace su trabajo sin
llamar la atención sobre sí mismo. Tanto el Padre como el Hijo y el Espíritu
Santo son una única unidad, y no debemos darle excesiva importancia ni restarle
importancia a ninguno de ellos en particular. Los tres tienen diferentes
funciones cada uno, pero son el uno y único Dios. Leí una vez la pregunta si se
podía orar al Espíritu Santo. No me acuerdo más qué respuesta le dio el autor,
pero personalmente creo que no está mal orar al Espíritu Santo porque en
definitiva es Dios, pero como veremos en el siguiente punto, otra función del
Espíritu Santo es ayudarnos a orar, y él nunca nos estimulará a orarle a sí
mismo, sino siempre señalará a Jesús. Jesús también hablaba de pedirle al Padre
en nombre de él (de Jesús – Jn 14.13). No hablaba de pedirle al Espíritu Santo.
Pero, como ya dije, el Espíritu es parte de la Trinidad, y al orar nos
dirigimos a toda la divinidad, o sea, al Espíritu Santo también.
7.) El Espíritu Santo nos ayuda a orar (Ro
8.26-27)
Algunos, cuando intentan orar por
primera vez, no saben qué decir porque no están acostumbrados a hacerlo. O
también ocurre a veces que estamos tan abrumados por problemas, por un gran
dolor y hundidos en un mar de emociones encontradas y no nos entendemos ni a
nosotros mismos. Si en esa situación intentamos orar, no sale nada porque
nuestra mente es incapaz de tener siquiera un solo pensamiento claro. Ahí, como
en todo tiempo, podemos estar tan agradecidos por la siguiente función del
Espíritu Santo. Pablo la describe de la siguiente manera en su carta a los
romanos: “…el Espíritu nos viene a
socorrer en nuestra debilidad. Aunque no sabemos pedir como es debido, el
Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no se pueden expresar. Y
Dios, que examina los corazones, sabe qué es lo que el Espíritu quiere decir,
porque el Espíritu ruega, conforme a la voluntad de Dios, por los del pueblo
santo” (Ro 8.26-27 – BNP/DHH). Así que, la próxima vez que tienes un caos
en tu alma, derrámate delante del Señor y deja que el Espíritu Santo lleve tu
congoja del alma ante el trono del Todopoderoso. O si tienes miedo de orar de
manera equivocada o pedir por algo que de repente no sea la voluntad de Dios,
tranquilizate no más. Tenemos en el cielo un excelente traductor que convierte
nuestras oraciones imperfectas en una versión agradable para Dios.
8.) El Espíritu Santo capacita a los
creyentes (1 Co 12.11)
En el momento de aceptar a Cristo
como su Señor y Salvador, el Espíritu Santo le dota a la persona de
herramientas especiales para realizar la obra a la que Dios la ha llamado.
Estas herramientas las conocemos con el nombre de “dones espirituales”. Pablo menciona
en su primera carta a los corintios varios de estos dones y dice luego: “Es el mismo y único Espíritu quien
distribuye todos esos dones. Sólo él decide qué don cada uno debe tener” (1
Co 12.11 – NTV). Entonces, si no has descubierto todavía cual don él te ha dado
a ti, preguntáselo. Experimenta en diferentes áreas y pon atención a qué es lo
que te sale especialmente bien y qué te da mucho placer haciéndolo. Así, el
Espíritu Santo te puede hacer ver cuál es el don que te ha dado a ti según su
santa voluntad.
9.) El Espíritu Santo produce en nosotros su
fruto (Gl 5.22-23)
Si en una tasa de agua le ponemos
algunos granos de café, toda el agua se tiñe del color y de las demás
características del café que contiene. Si en una persona le ponemos a Cristo y
su Espíritu Santo, muy pronto esa persona “se tiñe” de las características de
esta presencia divina. Si tendrían que describir el carácter de Dios o de
Cristo, ¿qué adjetivos usarían? ¿En qué términos se podría describir su
personalidad? La Biblia nos la describe con los siguientes términos: Cristo es “…amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad,
bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gl 5.22-23 – NVI).
¿Reconocen esta lista? Es lo que Pablo llama “el fruto del Espíritu” o lo que
“el Espíritu produce”. Así es el carácter de Cristo, y de eso se “tiñe” nuestro carácter si Cristo vive en
nosotros. Y si nosotros adquirimos las características de la personalidad de
Cristo, es por obra del Espíritu Santo. Es el fruto de su obra en nosotros.
Fijate que no es tu fruto. No puedes gloriarte de manifestar ciertas cualidades
aquí mencionadas. Es el fruto del Espíritu Santo. Que el agua se
torne marrón, no es logro del agua, sino del café que está en el agua. Lo que
sí tú puedes “colaborar” con el Espíritu Santo es darle lugar en tu vida y
mantener el campo libre de malezas del pecado. Cuánto más intimidad tienes con
él, más se unirá y se mezclará tu carácter con el de él, y sus cualidades
saldrán a luz cada vez más nítidamente.
10.) El Espíritu Santo nos llena del poder
divino (2 Ti 1.7; Hch 1.8)
Si bien el Espíritu Santo vive en
nosotros desde nuestra conversión, nuestro carácter no es automática e
instantáneamente igual al de Cristo. Demasiadas veces se manifiesta todavía
nuestra propia vieja naturaleza que se niega rotundamente a rendirse y dejar el
campo libre para el nuevo Espíritu que nos quiere llenar. Pero si no nos
animamos, por ejemplo, a realizar lo que Dios nos ha encargado, podemos saber
bien que esto no viene de su Espíritu, sino de nuestra naturaleza vieja. Porque
Pablo escribió a Timoteo: “…Dios no nos
ha dado un espíritu de temor y timidez [cobardía] sino de poder, amor y
autodisciplina” (2 Ti 1.7 – NTV). Jesús había prometido a sus discípulos: “…cuando el Espíritu Santo venga sobre
ustedes, recibirán poder” (Hch 1.8). Si el mismo poder que resucitó a
Cristo de los muertos vive en nosotros (Ro 8.11), ¿qué nos será imposible
entonces en nombre de Cristo? En los discípulos se ve claramente la diferencia
entre una vida con el Espíritu Santo
y una sin él. Entre la muerte de
Jesús y Pentecostés ellos estaban muertos de miedo, encerrados en sus cuatro
paredes, estremeciéndose con cada ruido que se escuchaba afuera. ¿Y qué sucede
a partir de Pentecostés? Se los ve con toda autoridad y valentía predicar el
evangelio, desafiando incluso abiertamente a las mismas autoridades religiosas
y políticas de su tiempo. Dice el libro de los Hechos: “Después de haber orado, tembló el lugar en que estaban reunidos; todos
fueron llenos del Espíritu Santo, y proclamaban la palabra de Dios sin temor
alguno” (Hch 4.31 – NVI)). ¿Se parece esta descripción al coraje con que te
levantas decididamente a realizar la obra que el Señor te ha encomendado? Dios
no te ha dado un Espíritu de temor, sino de poder. Dejalo que fluya a través de
ti.
¿Qué hacemos ahora con el Espíritu
Santo? Es simple: dejarlo que haga su obra en mí. Abrir mi vida de par en par
para que haga y deshaga lo que le parece bien. Cultivar la intimidad con el
Dios trino para esparcir más y más su aroma. O como alguien lo dijo una vez:
“Debemos estar tan llenos de Cristo que, si un mosquito nos pica, este salga
cantando: ‘Hay poder en la sangre de Cristo…’”. El Espíritu Santo tiene planes
maravillosos para ti y quiere desplegar todo su poder en tu vida. Pero él es
muy caballero, y no va a atropellar tu vida sin tu permiso. Él lo hace todo en
tu vida, pero tú se lo debes permitir. ¿Por qué no le das ahora mismo la
autorización a través de una oración?