El domingo pasado, Rogelio dio fin a
nuestra caminata de casi dos años a través de las historias del Antiguo
Testamento. Estoy seguro de las grandes bendiciones y enseñanzas que hemos
recibido de esta serie. Pronto estaremos empezando a estudiar el Sermón del
Monte, un compendio de principios espirituales para la vida diaria del hijo de
Dios. Pero ahora quiero intentar algo muy diferente: valernos del material de
otros. Hemos recibido una recomendación de la iglesia Adonai de Filadelfia de
una serie llamada: “50 días de transformación” de Rick Warren, conocido por su
libro “Vida con propósito”. De esta campaña extraeremos sólo las prédicas sobre
las 7 áreas básicas de nuestra vida: salud espiritual, salud física, salud
mental, salud emocional, salud financiera, salud relacional, salud vocacional.
¿Quién quiero ser en cada uno de estas áreas? Así que, lo que predicaremos en
los siguientes domingos será el extracto y adaptación de las prédicas de Rick
Warren en su iglesia en California, Estados Unidos.
El versículo central de este
programa de 50 días de transformación es Romanos 12.2: “No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario,
cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a
conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo
que es perfecto” (DHH). Es decir, puedes adaptarte al estándar del mundo
(que no es muy alto) o puedes ser transformado por el poder de Dios. ¿Y cómo se
produce esta transformación? Por la renovación de tu mente. La forma en que
piensas determina la forma en que te sientes; y la forma como te sientes
determina la forma en que actúas. Si pienso que soy un desgraciado, me voy a
sentir desgraciado y voy a comportarme como un desgraciado. O mirando desde
atrás: si actúas preocupado, ansioso,
estresado, enojado, es porque te sientes
preocupado, ansioso, estresado o pichado. Y si te sientes así, es porque tienes pensamientos
de preocupación, de ansiedad, de estrés o de rabia. Si quieres cambiar la forma
como te sientes y cómo actúas, debes cambiar tus pensamientos. Tu batalla está
en la mente. Es lo que claramente dice este versículo de Romanos: “…cambien su manera de pensar para que así
cambie su manera de vivir…”
Al empezar la prédica sobre la salud
espiritual, quiero hacer la siguiente declaración: Mientras más lejos estés de
Dios, más problemas tendrás en la vida. Es decir, problemas tenemos siempre. A
veces cuanto más cerca estamos de Dios, más problemas tenemos porque Satanás
procura todo lo diabólicamente posible para desanimarnos y alejarnos otra vez
de nuestra intimidad con Dios. Lo que quiero decir es cuanto más lejos estás de
Dios, más deformada estará tu vida y no será lo que Dios quiere. Más lejos
estarás del ideal de Dios para tu vida. ¿Es eso lo que deseas? En cambio, la
vida de cualquiera que se acerca a Dios será transformada.
¿Cómo uno puede acercarse a Dios?
Hay una historia en la Biblia que nos enseña esto. Es la historia del hijo
pródigo y del padre amoroso.
F Lucas 15.11-24
En esta historia encontramos las
cuatro cosas por hacer cuando estamos perdidos, cuando estamos lejos de Dios.
Porque nada cambiará hasta que no hemos resuelto este punto. Si en el pasado le
sentiste cerca a Dios, experimentaste su amor y su amistad y tenías una
relación cercana con él, pero ahora ya no, ¿cómo puedes volver a tu primer
amor? Debes hacer estas cuatro cosas que hizo el joven del texto bíblico.
1.)
Llegar al punto de estar cansado de tu vida. No en el sentido de querer
acabar con su vida (esa es la manera de Satanás de “resolver” nuestro camino
equivocado), sino de estar harto de tu estilo de vida como desgraciado. Todo
cambio empieza por estar tan insatisfecho con su estado actual que uno decide
hacer algo al respecto. El joven se había dirigido a su padre en una forma
tremendamente egoísta. Todo giraba alrededor de él: “Quiero mi
herencia, antes de tiempo. Tú no has muerto todavía, pero igual la quiero
ahora.” Y su padre le dio la mitad de todo lo que él había juntado durante toda
su vida. Y el muchacho se fue lo más lejos posible de su padre, yéndose a un
país lejano. Y ahí gastó todo su dinero en mujeres, tragos y canciones. Y con
el tiempo, por la vida desenfrenada que llevaba, tocó fondo y se quedó sin
dinero. Y por quedarse sin dinero, se quedó sin amigos. Y luego, la nación fue
golpeada por una tremenda crisis económica, y hubo una hambruna terrible. Él
andaba por la calle como vagabundo, mendigando comida, pero nadie le dio nada, porque
la gente tampoco no tenía. Buscaba trabajo, pero no había caso. Finalmente
encontró a un granjero fuera de la ciudad que lo contrató para el peor de todos
los empleos: alimentar cerdos. Para un judío, que tenía prohibido tocar
siquiera a los chanchos, este fue el empleo más humillante que pueda haber. Más
bajo no podía caer. Y de tanta hambre que tenía, pensó: ‘Esa comida de los
cerdos está buena…’ Fue ahí en el fondo que llegó su hora de cambio. La Biblia
dice que él “volvió en sí”, “recapacitó”
(v. 17) y se dio cuenta que no tenía sentido lo que estaba haciendo: “Estoy
muriéndome de hambre aquí en un país lejano, mientras que los empleados menos
pagados de mi padre tienen comida de sobra. Voy a regresar a casa. Pero como ya
no merezco seguir en la familia, le diré a mi padre que me haga uno de sus
sirvientes: ‘Sólo contrátame como uno de tus sirvientes más bajos, con tal de
poder tener para comer.’”
Así que, ¿qué debes hacer para poder
cambiar? Debes estar cansado de la vida que llevas. Nada va a cambiar en tu
vida hasta que no digas: “¡Estoy harto de todo esto! Estoy cansado del estrés
en mi vida, del ritmo de mi vida. Estoy cansado de vivir en soledad. Estoy
cansado de golpearme constantemente contra la pared y tener un fracaso tras
otro en las relaciones. Estoy harto de arrastrarme por el barro, yendo de mal
en peor. Tiene que haber algo mejor en la vida que esto.” Tienes que llegar
hasta este punto. Mientras que sepas que lo que estás viviendo no es lo
correcto, pero en el fondo estás acariciando tu pecado, olvidate de ser
transformado. Nada cambiará mientras que no estés desesperado; mientras que no
digas: “¡Basta ya de esta situación! Voy a regresar a mi Padre. Voy a
reconectarme con él. He hecho mal las cosas, haciéndolas a mi manera en contra
de la voluntad de mi Padre Dios. ¡Y no funciona! Ahora me encuentro aquí
alimentando cerdos, pensando que es algo bueno. ¡Pero ya no más! Me voy a casa.”
¿Y qué responde Dios a este grito desesperado? Fíjense lo que dice Jeremías 29.13:
“Me buscarán y me encontrarán cuando me
busquen de todo corazón” (PDT). ¡Qué grande la misericordia de Dios!
2.
Admite tu pecado. Significa tomar responsabilidad por tus pecados. Llamar las
cosas por su nombre: “he pecado”. El joven descarriado dijo allá en el fondo de
su perdición: “¡Cuántos jornaleros en la
casa de mi padre tienen pan en abundancia, y yo aquí me estoy muriendo de
hambre! Pero voy a levantarme, e iré con mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado
contra el cielo y contra ti, y no soy digno ya de ser llamado tu hijo; ¡hazme
como a uno de tus jornaleros” (Lc 15.17-18 – RVC)!
Vivir tu vida alejado y desconectado
de Dios es algo tonto, inconcebible. No tiene sentido. El joven se dio cuenta
que estaba lejos de su padre, tratando de vivir la vida a su manera, pero no
funcionaba. ¿Cómo funciona para ti el estar lejos de Dios? El joven cayó en
cuentas de lo que estaba haciendo y lo llamó por su nombre: “He pecado contra
Dios y contra ti”.
Ahora, si antes estabas cerca de
Dios y ahora estás lejos de él, adivina quién se movió. Dios no se mueve nunca,
porque ya llena todo el universo. El que se movió fuiste tú. Tú te alejaste de
Dios: “Voy hacer las cosas a mi manera, tomar mis propias decisiones y voy a
olvidarme de Dios.” Eso se llama “pecado”. Dios no se movió, siempre siguió en
el mismo lugar. Él nunca dejó de amarte. Él envió a su hijo Jesús para morir en
tu lugar en pago por tus pecados. Estás tan cerca o lejos de Dios como tú decides
estarlo. Y lo voy a repetir: Estás tan cerca o tan lejos de Dios como tú
decides estarlo. No puedes culpar a nadie más de tu situación. No puedes decir:
“Si tan sólo mi esposo fuera más consagrado…” “Si tan sólo mi novia se
emocionara más por Dios…” “Si tan sólo tuviera un jefe cristiano…” No, no, no.
Estás tan cerca de Dios como decides estarlo.
Cuando estás cansado de tu vida
miserable, cuando te asinceres con Dios y admitas tu pecado, puedes orar
juntamente con David: “Ten compasión de
mí, Dios mío, conforme a tu fiel amor; conforme a tu gran misericordia, borra
mis rebeliones. Lava todas mis culpas y límpiame de mi pecado. Reconozco que he
sido rebelde, siempre tengo presente mi pecado. Pequé contra ti y sólo contra
ti, delante de ti hice lo que es malo; por eso tu sentencia es justa, y tu
juicio es irreprochable” (Sal 51.1-4 – PDT). David no le puso un nombre
bonito a su adulterio y asesinato, no trató de excusarlo o explicarlo, no trató
de ocultarlo. Lo llamó por su nombre: pecado.
¿Y qué hace Dios cuando admitimos
nuestro pecado? Veamos lo que Dios dijo a través del profeta Isaías: “El Señor dice: vamos a discutir este
asunto. Aunque sus pecados sean como el rojo más vivo, yo los dejaré blancos
como la nieve; aunque sean como tela teñida de púrpura, yo los dejaré blancos
como la lana” (Is 1.18 – DHH). Este es el versículo quitamanchas de la
Biblia. Dios puede limpiar tu historial y quitar por completo todas estas
manchas de las que tanto te avergüenzas.
3.)
Ríndete y ofrece tu cuerpo. Fíjense este cambio de actitud en la vida de
este joven. Al principio él dijo: “Quiero que me des… dame, dame, dame… mi herencia, mi dinero.” Pero ahora que regresa a la casa de su padre, le dice:
“Déjame ser tu sirviente.” Él cambió de “quiero que me des…” a: “déjame ser”.
Nada será transformado en tu vida mientras que no pases de una vida
egocentrista a una vida consagrada a Dios: “déjame ser la persona que tú deseas
que sea yo.” La mayor transformación ocurre cuando cambiamos del egocentrismo,
de estar centrados en nosotros mismos, a una vida centrada en Dios. ¿Ha pasado
esto en tu vida? La transformación no es algo automático ni instantáneo. Ocurre
a lo largo de tu vida.
La palabra en griego para
transformación viene de “metamorfosis”. La metamorfosis es el cambio radical de
una oruga en una mariposa. El resultado es algo totalmente diferente de lo que
era antes. Tú fuiste hecho para ser una mariposa. Fuiste hecho para algo
hermoso. Fuiste hecho para ser transformado. Fuiste hecho para ser libre. No
pases toda tu vida como una oruga. Quizás ahora no puedas entender la
transformación que Dios quiere hacer en tu vida, así como una oruga no puede
entender cómo sería ser una mariposa. Pero la verdad es que él tiene un plan
maravilloso para ti que no tiene el más mínimo parecido a lo que estás viviendo
ahora. Pero nada ocurrirá hasta que ofrezcas tu vida a Dios.
¿Y cuál fue la reacción del padre a
la humillación de su hijo? ¿Acaso lo regañó por lo que había hecho? ¿Acaso lo
cargó más de lo que ya estaba? ¡No! Más bien empezó a celebrar. Aún cuando el
hijo estaba lejos, el padre corrió hacia él para envolverlo en su ternura y
misericordia. Dios no espera a que recorras todo el camino que te habías
alejado de él. Sólo debes dar media vuelta y decirle: “Estoy arrepentido, estoy
volviendo.” Él corre para encontrarte. Él siempre toma la iniciativa por su
amor. Antes que supieras que necesitas de un salvador, Dios ya te proveyó uno.
Dios te envolvió en sus brazos y dijo: “Todo está perdonado. Traigan todo lo
mejor. La mejor ropa, no cualquier trapo, sino lo mejor que hay en la casa. Traigan
las mejores costillas para un asado de aquellos. Hoy vamos a hacer una fiesta
enorme, porque mi hijo está en casa. Ah, y traigan mi anillo y dénselo.” El
anillo era el sello que pagaba todas las cuentas. Era como darle al hijo una
chequera con fondos ilimitados – y esto después de haber despilfarrado la mitad
de lo que el padre había ahorrado durante su vida. ¡Qué misericordia! ¡Qué
confianza!
Dios tiene un mejor plan para tu
vida de lo que jamás hubieras imaginado. Muchos creen que no necesitan a Dios
porque dicen que ya están viviendo la buena vida. El problema es que esa “buena”
vida no es lo suficientemente buena. Lo bueno es el peor enemigo de lo mejor.
Fuiste hecho para algo más que la vida buena: fuiste hecho para la mejor vida. No digas nunca en cuanto a
tu relación con Dios: “Ya da ya…”, adecuándote a los criterios de este mundo.
Si hubiera una mejor vida de la que tienes ahora, ¿acaso no quisieras
conocerla? Si hubiera una vida mejor que la “buena” vida, ¿acaso no quisieras
vivirla? ¡Claro que sí! ¿Cómo la puedes obtener? Volviendo al Padre. Y cuando
Dios te inunda con su misericordia, sólo puedes hacer una cosa, que es el
cuarto paso:
4.)
Eleva una alabanza. El hijo, al volver a casa, no encontró condenación,
sino encontró celebración. Después de todo tu orgullo, tu arrogancia, tus malas
decisiones, Dios no te da una paliza, sino muestras de amor puro y perfecto.
Ahí todo lo que puedes hacer es elevar una alabanza. Investigadores suecos han
descubierto que el hábito de cantar en grupo es increíblemente poderoso para la
buena salud. Cantar con otros, como lo hacemos en la iglesia, combate el estrés
y crea emociones positivas. También han descubierto que personas que cantan y
adoran cada semana viven más tiempo que las demás personas. Así que, quiero que
vivas más. ¡Alaba al Señor cada domingo en la comunión de los santos!
¿Dónde estás en cuanto a tu relación
con Dios? Recuerda: tú estás tan cerca o tan lejos como tú decides estarlo. Si
estás lejos de Dios, no es culpa de fulano ni mengano ni de las circunstancias
adversas. Es tú decisión. Y si estás cerca de Dios, no es gracias a fulano o
mengano o gracias a las circunstancias. Es tu decisión. Así que, en este
momento tú necesitas decidir qué vas a hacer con Jesús. ¿Dejarás que él te
reciba en sus brazos de amor, perdonando todas tus metidas de pata? ¿O seguirás
con tu orgullo y arrogancia, creyendo que puedes solo? Tú decides. Si tienes
que admitir que te has alejado de Dios, si estás harto de la vida espiritual
miserable que llevas, si tomas hoy la decisión de regresar a la comunión con él,
admitiendo tu pecado y rindiendo tu vida a Dios, entonces ven aquí al frente a
demostrar públicamente tu decisión de caminar con el Señor. Él no sólo te está
esperando, sino que él corre hacia ti para darte un abrazo de oso, un beso y
susurrarte al oído: “Está todo bien. Toda tu culpa y rebelión quedó cubierta.
Bienvenido a casa, hijo/a amado/a.”