En los últimos años yo solía
predicar el domingo de la asamblea anual acerca del versículo lema que la
comunidad cristiana internacional fija para cada año. Pero esta vuelta voy a
hacer algo diferente. Ya que hoy vamos a hablar de lo que se ha realizado
durante el año 2017 y elegir el equipo de líderes para este año 2018, quiero
analizar brevemente una parábola que contó Jesús alguna vez. Es la parábola de
las minas que encontramos en Lucas 19.
FLc 19.12-27
Vemos aquí a un personaje que estaba
a punto de ser coronado gobernador de un país. ¿Qué harían ustedes si tuvieran
grandes probabilidades de ganar las elecciones generales y convertirse en el
próximo presidente de Paraguay? Gobernar a un país es una labor tan grande que
jamás la podrían hacer solos. Necesitarían de un equipo grande que los pueda
acompañar en esta tarea. ¿Pero cómo saber quién sería una persona idónea y
confiable? La función de ese futuro rey o gobernador era demasiado delicada
como para poner en su entorno a cualquiera. Así que, este hombre se la ingenió
como para medir la confiabilidad de la gente. Hizo una preselección de 10
candidatos a ser sus colaboradores, pero que tenían que ser puestos a prueba.
Le dio a cada uno una cierta cantidad de dinero, prácticamente el equivalente a
4 sueldos mensuales. ¿Qué harías si alguien te diera 4 veces tu sueldo para que
trabajes con él? Se pueden hacer cosas interesantes con tal cantidad de dinero,
¿no? Por eso el futuro rey les ordenó que hicieran trabajar y producir ese
dinero en el tiempo de su ausencia. No dio más explicación que esa y se fue.
Dependía ya del ingenio de cada uno qué haría con ese dinero. Y ninguno de los
preseleccionados sospechaba que se trataría de una prueba a la que estaban
siendo sometidos.
Terminada la ceremonia de entronización,
este nuevo gobernante volvió a su país para evaluar los resultados de la prueba
a la que había sometido a sus posibles colaboradores. Les pidió rendir cuentas.
Llega el primero en la fila y le devuelve 40 salarios mensuales, 10 veces más
de lo que él había recibido. Él había demostrado que era un multiplicador y que
sabía manejar situaciones inteligentemente. ¡Había pasado la prueba! “‘¡Excelente!’, le dijo [el rey], ‘eres un buen sirviente; por cuanto has
sido digno de confianza en un asunto pequeño, te pondré a cargo de diez pueblos’”
(v. 17 – Kadosh). “¿Pueblos? ¿Ciudades? ¿Gobernar? Oye, oye, ¿qué está pasando
aquí? Pensé que hablábamos de dinero, ¿y ahora me contratas como tu
gobernador?” Sí, así es. La mina que él había recibido, no era el fin. Era sólo
un medio para el fin. Era un elemento usado para medir la confiabilidad de la
persona, para que los que pasen la prueba puedan ser puestos en cargos
muchísimo más elevados y de mucho mayor compromiso. En comparación con la
responsabilidad que le esperaba, los cuatro salarios que él había administrado
era “muy poco” sobre lo que él había sido fiel. “El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es
deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho” (Lc 16.10 – BPD).
El siguiente precandidato se
presentó y puso su informe económico en el escritorio del rey. Su mina recibida
se había convertido en 5. Era la mitad del anterior, pero no porque él era
flojo, sino porque cada persona es diferente, tiene habilidades diferentes y
obtiene resultados diferentes. Pero el rey no se fijó en la cantidad, sino en
qué había ocurrido en el proceso. Tanto el primero como el segundo habían
puesto todo de sí para cumplir las órdenes que habían recibido junto con el
dinero. La cantidad final no importaba, sino la actitud demostrada. También
este había pasado el examen y fue incluido en el gabinete de ministros del rey.
Para entender en qué se fijaba el
rey, nos sirve contrastar estos dos primeros con el tercero que se presentó. Él
también le entregó dinero al rey, exactamente la suma recibida, ni un centavo
menos. Como dije, al rey no le importó la cantidad que presentaron. Él se
hubiera conformado con cobrar sólo los intereses de este tiempo de su ausencia.
Pero lo que le molestó tanto fue la actitud de este candidato: indiferencia,
miedo, descuido. No quiso arriesgarse por si le saliera algo mal – y ese fue el
peor riesgo que corrió. No solamente ligó una fuerte reprimenda del rey, sino
perdió el dinero, perdió la oportunidad de ser removido a otro cargo más
elevado, y encima fue juzgado. Este pasaje no indica cual fue el juicio, pero
en otra parábola parecida que contó Jesús, el juicio fue el siguiente: “Al sirviente inútil expúlsenlo a las
tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el crujir de dientes” (Mt 25.30 –
BNP). Es decir, sólo con haber sido preseleccionado ya pesaba sobre él una gran
responsabilidad. No hacer nada, tener una actitud de indiferencia, no solamente
tenía como resultado que no pase nada, sino fue motivo suficiente para un
juicio muy severo.
Pero vemos que el rey había
preseleccionado a 10 personas. ¿Y los otros 7? Posiblemente no hayan hecho nada
que merezca algún comentario de Jesús en la parábola. Es muy probable que lo
habían hecho peor que el tercer hombre: habían gastado para sí el dinero del
rey. No solamente habían sido irresponsables, sino ladrones encima. Si el
tercer hombre que devolvió el dinero íntegramente recibió tan severo juicio,
¡imagínense entonces el destino de los otros 7!
¿Por qué predico hoy precisamente
sobre este texto? Nuestro culto hoy es una sesión de trabajo. En seguida
escucharemos los informes de los diferentes ministerios acerca de lo realizado
en el transcurso del año pasado. Muchos de ustedes han participado activamente
de estos trabajos. Para este año se precisará también de muchos colaboradores.
Si se busca a alguien para que realice algún servicio, ¿en quién nos podemos
fijar? Esta parábola nos da la respuesta.
Cada uno de nosotros ha recibido una
“mina”: talentos, oportunidades, recursos, posibilidades de formación y
capacitación, etc. A veces ni nos damos cuenta que la hemos recibido. En el
ámbito de la iglesia tampoco se trata de una prueba intencional a la que los
líderes someten a las personas con fin o de promoverlas o juzgarlas, según sea
el caso. De esto se encarga Dios, no nosotros. Pero al buscar gente para los
diferentes servicios, tratamos de evaluar cómo cada quien ha manejado su mina.
Miramos cómo se desenvuelven en los cultos y las actividades de la iglesia, el
interés manifestado, la iniciativa propia, el deseo de formarse y capacitarse,
la respuesta a pequeños servicios a los que se les invita, etc. Según vemos la
respuesta a esas pequeñas “minas”, se le dará mayores responsabilidades. Pero
nadie puede saltar de la hamaca cómoda de la inactividad a ocupar un puesto de
mucha autoridad.
Marcos Witt cuenta que cuando él
tuvo su primer empleo en una iglesia, él se veía como el gran ministro de
alabanza de la iglesia. ¿Pero qué pasó cuando él se presentó a su primer día de
trabajo? Le pusieron a limpiar los baños. ¿Se pueden imaginar cómo hirvió de
indignación y rabia contra todos y contra Dios mismo? Hasta que de repente
sintió claramente la voz de Dios diciéndole: “Si no aprendes a limpiar los
baños, no te puedo usar allá arriba.” Esto causó un cambio inmediato en la
actitud de Marcos.
Imagínense que el tercer hombre de
la parábola de Jesús —o peor uno de los restantes 7— le dijera al rey: “Es
cierto, yo me pasé de farra en farra con tu dinero. Pero igual yo reclamo
ahora, ¡en el nombre de Jesús!, un lugar en tu reino como gobernador. Yo soy tu
siervo, y como tal me corresponde un lugar a tu derecha.” ¿Qué es lo que Dios
respondería a esto? “El que es fiel en lo
poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también
es deshonesto en lo mucho” (Lc 16.10 – BPD). Nadie que necesite gente para
algo productivo va a poner a un irresponsable para encargarse de esto. ¿Por qué
la iglesia debería ser diferente, tratándose no de una empresa humana, sino de
la obra de Dios mismo? Por lo tanto, si estás realizando algún servicio en la
iglesia, ¡cuida tu mina! Nunca podemos decir que ya hemos llegado hasta lo más
alto. Por más grande que sea nuestra responsabilidad, Dios la usa siempre como
mina para probarnos si nos puede promover aun más. Y si sientes como que no se
te da ninguna oportunidad, ¡cuida tu mina! Hay algunas situaciones que dependen
de que alguien se fije en ti y te invite. Pero hay muchas cosas que dependen de
ti mismo, de tu actitud hacia la obra y los programas de la iglesia, de tu
iniciativa, de tu participación y de muchas otras cosas más. Como dije, el rey
no se fijó en la cantidad producida, sino en la actitud, en la responsabilidad
demostrada. Y eso depende únicamente de la persona misma, no de las
circunstancias. Un cargo no te hará responsable. Sólo pone en evidencia si ya
lo fuiste desde antes o no lo fuiste. Es tu compromiso con el Señor el que te
hace responsable.
Trata de identificar las pequeñas
“minas” que el Señor ha puesto en tu camino. Tu responsabilidad no es con la
iglesia, sino con Dios mismo. Pídele al Señor sensibilidad a descubrir esas
minas, por pequeñas e insignificantes que te parezcan. Son oportunidades para
forjar tu sentido de responsabilidad, y la llave que te abre la puerta a
mayores posibilidades de servicio. ¡Cuida tu mina!