Hay en la vida situaciones en que
uno se siente como si estuviera totalmente solo contra el resto del mundo. Es
una sensación exagerada, pero a veces nos parece ser demasiado real. Los que
tuvieron que defender una tesis, por ejemplo, pueden haberse sentido solos
frente a unas fieras salvajes en la mesa del jurado, listos para despedazarlos.
O puede suceder algo parecido en el momento de una entrevista de trabajo
demasiado importante y delicada. O la sensación de una mujer, un niño o
cualquier persona que por cosas de la vida se ve sola ante la vida, sola en un
país extraño, sin nadie a su lado para enfrentar los desafíos aterradores. A
veces también nos sentimos solos con nuestro testimonio cristiano frente a un
montón de burladores que no desperdician ni una oportunidad de querer destrozarnos
con su risa malévola a causa de nuestra fe. Solos contra el mundo. ¿Qué hacer
entonces? ¿No sería más sensato renunciar, comprometer sus convicciones, con
tal que te dejen en paz?
Hace dos semanas empezamos a
introducirnos en la historia de la reina Ester en el Antiguo Testamento. En el
pasaje de hoy ella no será tanto la protagonista, sino más bien su tío Mardoqueo.
Y él también se encontraba solo frente al mundo: un mundo de odio y de maldad;
un mundo de venganza. ¿Qué hacer en estas situaciones? Veamos lo que hizo él.
FEst 3
En la prédica hace dos semanas, el
pastor Roberto nos introdujo al libro de Ester, presentando por lo menos dos de
los cuatro protagonistas de esta historia muy interesante: por supuesto a
Ester, personaje principal, y al rey Asuero, que llegó a tomarla a Ester por
esposa. En este texto conoceremos los otros dos protagonistas: Mardoqueo y
Amán. Mardoqueo ya apareció en el texto de hace dos semanas. Era el tío y padre
adoptivo de Ester. Amán es descrito en nuestro texto como “hijo de Hamedata, descendiente de Agag” (v. 1 – DHH). Puede que
ese nombre Agag les suene conocido, porque ya lo conocimos hace algunos meses
atrás. Esta descripción indica que Amán era descendiente de los amalecitas,
población enemiga de Israel desde que los tiempos de Moisés. Con su rey Agag ya
nos habíamos cruzado cuando el rey Saúl desobedeció la orden de Dios de
eliminar a los amalecitas. En aquella oportunidad, Saúl dejó con vida al rey
Agag. Amán ahora es descendiente de este rey Agag. Esto nos ayuda a entender el
origen de su odio contra los judíos.
Por alguna razón no indicada en el
texto, Amán se vio beneficiado por un ascenso por parte del rey Asuero a un
puesto de suma confianza y autoridad. Esta nueva posición le dio mucho más
poder a Amán para llevar a cabo sus planes malévolos. Esta posición conllevaba
que todo el mundo, por orden expresa del rey, debía arrodillarse ante él y
rendirle honores. Y la gente lo hacía – excepto Mardoqueo. Él tenía muy claro
quién sería el único ser en el universo ante quien se inclinaría: el Dios
todopoderoso. En una película de la historia de Ester que quisiera mostrarles
en algún momento, él lo dice con mucha claridad. Aunque él estaba frente a una
persona con autoridad del mismo rey más poderoso de la época en toda la región,
para Mardoqueo había todavía un poder más grande: el de Dios a quien él servía.
Esto él lo tenía en claro, y no se desviaba de su postura, opóngase quien
quiera.
Me pregunto cómo hubiera reaccionado
yo ante esta situación. Si ni siquiera necesito llegar a situaciones tan
extremas como esta. Ante manifestaciones contrarias a la fe cristiana en Facebook,
el vecindario o cualquier lugar que me muevo a lo mejor ya me achico y guardo
silencio. Se requiere de mucha valentía para mantener su testimonio firme,
claramente expuesto ante todo el mundo. Ser sal y luz del mundo a veces no es
tan fácil y puede tener serias consecuencias, como fue justamente el caso de
Mardoqueo.
La primera consecuencia fue el
cuestionamiento de los funcionarios del palacio. Como su sobrina, la reina
Ester, estaba en el palacio, Mardoqueo siempre estaba dando vueltas por sus
alrededores, por si se presentase alguna emergencia. Cuando los guardias de la
entrada se dieron cuenta de que Mardoqueo no se inclinaba ante Amán, le
increparon: “¿Por qué desobedeces la
orden del rey?” (v. 3 – BLA). Como no les hizo caso, se volvieron mucho más
insistentes, sin lograr ninguna otra respuesta excepto de que él era judío.
Entonces las consecuencias de su
postura firme se agravaron más. Estos guardias “…lo denunciaron a Amán, por ver si a Mardoqueo le valían sus excusas,
porque les había dicho que él era judío” (v. 4 – BNP). No contentos con ser
pesados, se hicieron chupamedias, y luego malévolos. Si ellos no hubieran hecho
esto, a lo mejor la historia hubiera sido muy diferente, porque Amán parece que
no había notado todavía esta actitud de Mardoqueo. Pero ante estas denuncias,
él mismo comprobó que efectivamente era así: Mardoqueo no se arrodillaba ante
él. Como Amán era una persona ansiosa de poder, esta actitud de Mardoqueo casi
lo hizo estallar de furia.
Las olas de las consecuencias de la firmeza
de Mardoqueo se seguían extendiendo. Ya no le afectaba sólo a él, sino a todo
el pueblo judío: “Amán consideró que era
muy poco vengarse solamente de Mardoqueo, así que procuró destruir a todos los
judíos que había en el reino de Asuero…” (v. 6 – RVC). Como ya habíamos
visto en la historia de Nehemías, varios grupos grandes de judíos ya habían
vuelto a Jerusalén. Pero, aun así, había todavía un buen número de judíos que
vivían en las diferentes provincias de Persia.
Pero por más poderoso que era Amán,
había otro más poderoso que él que tenía la última palabra: el rey mismo. Y
para que el rey diera su aprobación a su plan gestado en el mismo infierno,
Amán tenía que proceder de manera muy astuta. En primer lugar, él tenía que
hacer parecer todo como un plan fríamente calculado, que él —Amán— podría
controlar y llevar a cabo de taquito. Por eso empieza por fijar la fecha. Según
la costumbre de aquel entonces, él echó la suerte para determinar el día exacto
de su venganza. El echar la suerte ocurrió en abril, según nuestro calendario.
Y la fecha que salió “electa” por sorteo, era en marzo del año siguiente, es
decir, casi un año más tarde. Esto le dio suficiente tiempo para preparar todo
como para poder darle rienda suelta a su odio contra los judíos.
Luego él le presentó su plan al rey con
un argumento mezclado con verdades y media verdades. Y esa mezcla confundió lo
suficiente como para poder saltar de golpe a conclusiones totalmente erradas.
Veamos los elementos que componen su argumentación: “Hay un pueblo esparcido por todas las provincias del reino” (v. 8
– PDT). Verdad. Era así; recién lo habíamos dicho que los judíos estaban
esparcidos por varias provincias del reino.
“Ese
pueblo no se junta con la otra gente…” (v. 8 – PDT). Verdad a medias. Tenían
una identidad muy bien formada, especialmente en lo espiritual. En ese sentido
sí que no se juntaban o mezclaban con otras doctrinas e ideologías. Puede ser
también que en cuanto a raza no se hayan mezclado mucho con otras naciones.
Salvo pocas excepciones, me imagino que un hombre judío sólo se casaba con una
mujer judía. Pero socialmente es mentira que no se juntaban con otros. Si
vivían esparcidos en todo el reino y estaban en roce constante con todo tipo de
personas, no podían otra cosa que juntarse con los demás.
Otras traducciones dan a entender
que los judíos eran un pueblo secreto, casi como espías, tan bien mezcladas con
la gente que nadie sabía quién era. Es decir, eran un pueblo difícil de
identificar y, por lo tanto, un peligro en potencia.
“…tiene
costumbres diferentes a las de los demás” (v. 8 – PDT). Verdad. Por su
identidad espiritual y cultural, los judíos eran —y siempre serán— un pueblo
bien específico que no pierde estos rasgos.
“Ellos
no obedecen las leyes del rey…” (v. 8 – PDT). Verdad a medias. Los judíos
estaban en tierra extranjera. No les quedaba otra que obedecer las leyes del
lugar porque si no, les iría muy mal. Que Mardoqueo no haya obedecido esa una
instrucción de venerar a Amán no quería decir todavía que todo el pueblo
desobedecía todas las leyes, a no ser que haya leyes que vayan en contra de la
ley de Dios. Esta ley estaba para los judíos por encima de cualquier otra ley
humana.
Esa mezcla entre verdades y media
verdades, por un instante despistó al rey lo suficiente como para asestar el
golpe mortal contra los judíos y presentarle una conclusión totalmente estirada
por los pelos y sin fundamento alguno. Ni siquiera tenía nada que ver con los
argumentos presentados anteriormente:
“…no
es conveniente que el rey les permita seguir viviendo en su reino” (v. 8 –
PDT). ¿Qué tenía que ver la vida de este pueblo con tener costumbres diferentes
y estar esparcido por todo el reino? Amán habla como si los judíos fueran
criminales de lo peor. Si él hubiera enumerado una lista de actos terroristas
cometidos por los judíos, quizás se podría llegar a esta conclusión, pero no
por ser un pueblo como él lo describió.
Una vez presentados estos argumentos
y su conclusión “lógica”, Amán empuja al rey a la acción de manera muy astuta.
Primero le chupa también la media al rey, haciéndole sentir que él como rey es
el que toma las decisiones (“…si a Su
Majestad le parece bien…” – v. 9 – DHH), para acto seguido enchufarle la
decisión que Amán ya había tomado: “…publíquese
un decreto que ordene su exterminio” (v. 9 – DHH), “ordene destruir a esa gente y yo pondré en manos de los funcionarios
trescientos treinta mil kilos de plata en el tesoro del rey” (v. 9 – PDT).
No da la apariencia de que el rey haya sido demasiado hambriento por dinero,
porque le contestó: “Puedes quedarte con
la plata” (v. 11 – DHH). Incluso dudo mucho que Amán haya tenido realmente
esa plata, porque era una suma tremendamente exagerada. Quizás por eso que el
rey no le dio importancia. Pero de todos modos sirvió para darle a la
presentación del plan de Amán un impulso sicológico muy fuerte para que el rey
le diera su aprobación.
Y el rey cayó en la trampa con todo.
Ni siquiera dijo que lo analizaría, que lo comunicaría a sus consejeros o que Amán
elaborara un borrador para que él como rey lo viera, lo modificara y sacara
luego la versión definitiva para promulgarla. Cayó como piedra, ¡Ploc!,
enterito en la trampa y le dio a Amán su anillo real, que era símbolo de
autoridad, porque llevaba el sello del rey que se estampaba en todo documento,
dándole carácter oficial y obligatorio, imposible de revertir. Prácticamente el
rey le confirió su propia autoridad máxima a Amán. Y el relator de este suceso,
el autor del libro de Ester, le da un dramatismo impresionante por la forma de
describirlo. Es como si enfocara el anillo del rey en primerísimo plano y
muestre en cámara lenta como lo saca de su dedo y lo entrega en manos de Amán: “Entonces el rey se quitó del dedo el anillo
oficial y se lo dio a Amán hijo de Hamedata, descendiente de Agag, enemigo de los judíos” (v. 10 – PDT). Con
este movimiento, la condena de los judíos estaba sellada: “Puedes quedarte con la plata, y haz con ese pueblo lo que mejor te parezca” (v. 11 –
BLPH). ¡Un cheque en blanco para que Amán le pueda poner el precio que él
quería por este pueblo! Amán había logrado engañar y atontarle al rey
completamente. Él manejó el asunto de ahora en adelante, preparando todo para
la gran matanza. Ni siquiera fue necesario echar mano de los recursos del
gobierno o del ejército, sino que ordenó a los gobernadores y la población en
general eliminar en la fecha indicada por la suerte a cuanto judío encontraban,
“jóvenes y ancianos, niños y mujeres”
(v. 13 – RVC). Todo esto fue escrito “…en
el nombre del rey Asuero y sellado con el anillo del rey” (v. 12 – NBLH).
Una vez hechas las copias para cada provincia, el servicio de Courier más
eficiente de la nación fue encargado de llevarlas a su destino final. Una nota
explicativa dice: “Los autores antiguos informan que fueron los persas quienes
establecieron los correos rápidos para la comunicación con las provincias”
(DHH). Y la película muestra justamente la alta velocidad con que se diseminaba
este decreto. A causa del mismo, “en la
ciudad de Susa reinaba el desconcierto” (v. 15 – RVC). ¿Y qué hacían Amán y
el rey? “…el rey y Amán no hacían más que
tomar y pasarlo bien” (v. 15 – BLA). Pareciera ser una descripción de los
políticos paraguayos del 2017: el país se cae a pedazos, mientras que ellos se
pasan de una farra a otra (claro, con algunas pocas excepciones). Una
insensibilidad aterradora respecto al caos reinante en el pueblo al que
deberían servir. Pero así es el ser humano sin Cristo.
¡Vaya qué consecuencias tuvo la
postura de Mardoqueo para él mismo y para todo su pueblo! ¿Valía la pena tanta
“terquedad” simplemente por una postura física? ¿Qué le costaba arrodillarse al
paso de Amán, con tal que en su corazón él sabía quién era su verdadero rey? Él
podía decir también como aquella niña: “Estoy arrodillado, pero ¡en mi interior
yo sigo de pie!” Por culpa de Mardoqueo cayó ahora tanta desgracia sobre todo
su pueblo. ¡Es inadmisible! Si la historia terminara aquí, podríamos llegar a
pensar de esta manera. Pero la historia completa muestra que precisamente por
su fidelidad a Dios, a pesar que ni siquiera se le menciona a Dios en ningún
momento en este libro, fue lo que finalmente resultó en la liberación de los
judíos, y el origen de una de las fiestas anuales grandes que los judíos
celebraron hasta siglos después todavía. ¿Qué hubiera pasado si Mardoqueo no
hubiera mantenido en alto su fidelidad a Dios? No lo sabemos, pero de seguro
que hoy no tendríamos esta impresionante historia, ejemplo por excelencia de la
intervención divina en la vida de su pueblo.
No condiciones tu fidelidad a Dios y
sus principios según tu aparente conveniencia en el momento. La historia no
termina con el momento presente. Cuando te parece que tu fe y tu fidelidad a
Dios sólo te trae pérdidas, recuerda que Dios mide las cosas de manera muy
diferente. Puede que sí pierdas muchas cosas; puede que inclusive pierdas tu
vida. La historia del cristianismo está llena de casos así. En esta semana
conmemoramos los 500 años de la Reforma. Fue precisamente esta reforma con
Lutero como uno de los protagonistas principales la que dio origen 4 años
después al movimiento anabautista/menonita. Y la historia de los menonitas está
llena de testimonios de personas que perdieron su vida por su fidelidad a Dios.
Se les dio la posibilidad hasta el último minuto de negar su fe y salvar así su
vida. Pero en la gran mayoría de los casos dijeron: “¿Y de qué me sirve
mantener mi vida terrenal si a cambio pierdo mi vida eterna?”
No sé ante qué desafíos estás en tu vida que ponen en
juego tu testimonio como cristiano, tu función de ser sal y luz del mundo. Pero
si te sientes como si estás solo contra el mundo, gira tu cabeza para
contemplar al León de Judá que está a tu lado y exclama a voz en cuello junto
con el profeta Jeremías: “Jehová está
conmigo como un poderoso gigante; por tanto, los que me persiguen tropezarán y
no prevalecerán; serán avergonzados en gran manera, porque no prosperarán;
tendrán perpetua confusión, que jamás será olvidada” (Jer 20.11 – RV95).
¿Qué puedes perder al serle fiel a Cristo? ¿Qué puedes ganar al serle fiel a Cristo? ¿Cuál de los dos pesa más para ti?